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La vida en un papel - Cultura y Entretenimiento

30/03/2011

Malba-Fundación Costantini inauguró la temporada 2011, en la que celebra sus diez años, con una exposición que reúne 85 obras del Museo Nacional de Bellas Artes

malbaEn la cubierta del barco, sentada en una reposera con la mirada perdida en el horizonte, ella parece ignorar que alguien la mira. Es el año 1895 y viaja a Burdeos en el mismo crucero que Henri de Toulouse-Lautrec, hábil dibujante que la retrata sin pedirle permiso.

Un año más tarde, esa escena inspira al artista francés para promocionar el Salon des Cent, una exposición internacional de afiches. Hoy se exhibe por primera vez en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) como parte de una muestra que desempolva decenas de tesoros del Museo Nacional de Bellas Artes.

Papeles modernos. De Toulouse-Lautrec a Picasso inauguró la temporada 2011, durante la cual se celebran los diez años de Malba-Fundación Costantini, con obras de grandes artistas como Honoré Daumier, Giorgio de Chirico, Amedeo Modigliani, Marc Chagall, André Lothe, James Ensor, Henri Matisse, Georges Braque y Paul Klee. Realizadas entre la segunda mitad del siglo XIX y mediados del siglo XX, algunas de ellas no habían sido exhibidas durante más de tres décadas; otras no volvieron a ver la luz desde que ingresaron al museo fundado por Eduardo Schiaffino en 1896.

"El gabinete de dibujos y estampas del MNBA existió en época de Romero Brest y hoy se está tratando de reorganizar. La mayoría de estas obras están guardadas y muchas no se expusieron nunca", asegura el curador de la muestra, Ángel Miguel Navarro. Según el historiador, estos trabajos representan sólo una parte del acervo en papel del museo, que incluye dibujos y grabados de antiguos maestros y artistas modernos de América, Asia y Europa.

Con ayuda de su asistente Martín Isidoro, Navarro reunió para esta muestra 85 obras realizadas en papel, soporte muy difundido entre los artistas desde el siglo XIX, cuando se industrializó su producción. Lupa en mano, ambos recorrieron las salas de Malba con adn CULTURA durante dos horas, deteniéndose en cada obra para revelar detalles ocultos de los bocetos, desnudos, figuras, retratos y paisajes.

Hay que prestar mucha atención a Mujer en el campo para descubrir lo que esconde el atractivo retrato de Bella, la mujer de Marc Chagall: un dibujo casi invisible, que representa al artista con su hija Ida. O inclinarse sobre Mujer desnuda sentada de frente, una pierna recogida para leer una dedicatoria de Auguste Rodin al aristócrata Robert de Montesquiou, poeta y amigo de Marcel Proust. Casi desapercibidos pueden pasar también los esbozos de los médicos que atendieron a Toulouse-Lautrec en el hospital Saint-Louis de París, registrados como instantáneas en pequeños papeles, los cientos de personajes que se bañan en las playas de Ostende en la obra de James Ensor de 1899 o un inusual paisaje de Federico García Lorca. "Las obras de García Lorca son escasas; posiblemente haya estado pensando en alguna escenografía", observa Navarro.

De lejos y a primera vista, en cambio, se reconoce a Matisse y Picasso. Con pocas líneas, cada uno a su manera logra que sus retratos parezcan tener vida propia. Incluso una figura realizada por el español, que heredó de su padre el don del dibujo y en 1948 logró sintetizar los rasgos de una mujer en una obra casi abstracta. "Estos artistas se ubican en el umbral del arte contemporáneo", sostiene Navarro mientras se acerca a una tinta de Paul Klee para observar que "parece un Kuitca avant la lettre ".

Pero volvamos a Toulouse-Lautrec. Porque la semilla del cambio germinaba en la oscuridad de esos clubes nocturnos que él frecuentaba, en ese festivo ambiente de bailarinas y prostitutas que sacó con sus afiches a las calles de París. Como en las estampas japonesas, el artista utilizó el vacío como un elemento fundamental de sus composiciones, lo que dio al papel un nuevo protagonismo.

Por otra parte, la técnica de la litografía que aprendió de Pierre Bonnard le permitió multiplicar la treintena de trabajos con los que se promocionaban los cabarets parisinos. No es casual que la última obra de la muestra sea la que anunciaba en 1896 una exposición internacional de afiches: un símbolo del papel potenciándose a sí mismo.

La litografía también fue utilizada por Picasso, quien fue aún más lejos al rescatar una técnica empleada por Rembrandt en el siglo XVII. Los grabados con "punta seca", cuyo resultado se parece mucho a un dibujo, contribuyeron a ampliar la difusión de su trabajo y a generar mayor intimidad con el espectador. Ante Tres desnudos de pie y estudios de cabezas , de 1927, uno cree ser testigo del proceso creativo dentro del taller.

"La mayoría de los artistas del siglo XX cultivaron tanto el dibujo como el grabado como un modo de acercar al gran público muestras de su producción", observa Navarro, aunque de inmediato aclara que también se utilizaron ambas técnicas para producir obras independientes de gran importancia. Es el caso de Miserere , la serie de grabados publicada por Georges Rouault en 1948, que refleja las trágicas consecuencias de la guerra.

En ambos casos el común denominador es el papel, un soporte versátil del cual los artistas no se separarían ni siquiera ante la llegada de las nuevas tecnologías en el siglo XXI.

Además de celebrar los diez años de Malba-Fundación Costantini, promover la colaboración entre museos, rescatar la colección del MNBA, revalorizar ciertas técnicas que suelen ser consideradas "menores" en comparación con la pintura y la escultura y destacar la vigencia del papel como soporte, la muestra reconoce el rol de los coleccionistas que hicieron grandes contribuciones al patrimonio argentino, como Jorge Larco, Simón Scheimberg, Antonio Santamarina y Alfredo González Garaño.

Marcelo Pacheco, curador en jefe de Malba, repasa en un catálogo bilingüe de 200 páginas las colecciones argentinas que tuvieron obras modernas en papel durante la época que abarca la exposición, cuando acumular arte era un símbolo de jerarquía en la escala social, una tradición que se heredaba de generación en generación y era compartida por toda la familia.

Rodin fue según Pacheco la estrella del mercado local entre 1924 y 1942; a mediados del siglo XX había unas 130 obras suyas en Buenos Aires. Dos de los dibujos con su firma que se exhiben hoy en Malba llegaron al MNBA provenientes de la colección de Antonio Santamarina, quien reunió "el conjunto francés más notable del siglo XIX" y tuvo predilección por los croquis, los apuntes y los bocetos.

Otro coleccionista importante representado en esta muestra es Simón Scheimberg. Casi la mitad de las 155 obras argentinas e internacionales que había reunido hasta 1973, año de su muerte, eran dibujos y estampas; el conjunto fue donado por la viuda y sus hijos al MNBA en 1977.

También fueron legadas al museo nacional 150 obras de Jorge Larco, en 1968, y la colección de Alfredo González Garaño, "quizá la figura de mayores proyecciones sobre la escena artística porteña durante casi cincuenta años", según Pacheco. A él perteneció el afiche de Toulouse-Lautrec citado al comienzo de esta nota y otro no menos intrigante: Divan Japonais , de 1893, ubica en primer plano a Jane Avril, musa del artista y bailarina del Moulin Rouge, en un café-concert de la Rue des Martyrs para cuya inauguración Toulouse-Lautrec realizó la litografia.

Avril aparece acompañada en esta obra por Edouard Dujardin, crítico musical y novelista. En el fondo de la escena, con guantes negros, se distingue a Yvette Guilbert, quien actuó con éxito durante las primeras semanas del Divan Japonais. El café no sobrevivió más de seis meses; la obra que lo promovió, en cambio, es eterna.

Fuente: La Nación

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