Universatil

En el último trago volvemos - Cultura y Entretenimiento

13/12/2018

 

Con su documental La vida que te agenciaste, el director Mario Varela pone el foco en un pequeño mito: la poesía de los 90. El mismo fue parte de la revista 18 whiskys, que nucleaba gran parte de la escena, y se vale de filmaciones caseras para reconstruir el entonces y el ahora de nombres como Daniel Durand, Juan Desiderio, Laura Wittner, Fabián Casas: desplantes actuales, cuitas no saldadas, el pasado como un lugar idealizado y un presente complejo para la generación de poetas que sigue provocando discusiones.
De Mario Varela.Con su documental La vida que te agenciaste, el director Mario Varela pone el foco en un pequeño mito: la poesía de los 90. El mismo fue parte de la revista 18 whiskys, que nucleaba gran parte de la escena, y se vale de filmaciones caseras para reconstruir el entonces y el ahora de nombres como Daniel Durand, Juan Desiderio, Laura Wittner, Fabián Casas: desplantes actuales, cuitas no saldadas, el pasado como un lugar idealizado y un presente complejo para la generación de poetas que sigue provocando discusiones.

 

 

Con la poesía de los 90 pasa algo particular: su leyenda es muy conocida por los que estuvieron cerca –lectores o escritores de poesía contemporánea argentina– al punto de ya tenerlos un poco cansados. Por el contrario, esa misma historia es absolutamente desconocida para quienes no leen poesía ni frecuentan ese ámbito, es decir, para casi todo el mundo. La poesía de los 90 fue una oleada de chicos y chicas que hacían un uso de la palabra diferente del de la década anterior, a la vez que hicieron una relectura furiosa de la tradición poética, bajando a algunos popes y subiendo otros. Su escritura podría describirse a muy grandes rasgos como: de un lenguaje coloquial, barrial inclusive, antilírica, muy pegada a los objetos, poco proclive a la abstracción, desinteresada en demostrar alguna clase de saber o alguna inclinación política. Muchas otras cosas podrían decirse y se dicen hasta el día de hoy. Hay varias antologías que vuelven a poner esos nombres en fila; hay también libros que analizan sus obras a la luz de teorías nuevas. Hay pensamiento sobre si hubo o no un legado. Hay un consenso en que lo que pasó allí fue importante, a la vez que su órbita de influencia quizás haya sido reducida. Como una bomba cuyo efecto es más profundo que extendido. 
Lo que no había, ni para expertos ni para incautos, era un un documental que capturara el impacto de sus figuras. Un documental que volviera imagen la leyenda de estos poetas un poco lúmpenes, bastante geniales y algo mal llevados, de los que una década más tarde, se sabe de algunos mucho y de otros casi nada. ¿Dónde están? ¿Qué hacen? ¿En que se torna la joven poesía cuando sus autores pasaron los cincuenta años? 
El que decidió meterse en este brete de hablar nuevamente de la generación glosada fue Mario Varela. Un cineasta también partícipe activo de esa escena, particularmente la que se dio alrededor de la revista 18 whiskys de la que fue coautor junto a Daniel Durand, Fabián Casas, Laura Wittner, Darío Rojo, Teresa Arijón y algunos más. Como actor de esa escena era una voz propia, una voz que emitía ese mismo cuerpo. Había algo más: un precioso material filmado por él mismo en aquel entonces, que hace unos años empezó a circular por internet, en el que se ven versiones jovencísimas de los poetas mencionados más Juan Desiderio, Ezequiel Alemian, Sebastián Bianchi, Jorge Aulicino, Circo y una serie de chicas no identificadas –dato que también revela parte de la idiosincrasia de este grupo– en una noche eterna donde sin decirlo se homenajeaba a Dylan Thomas y los famosos dieciocho whiskys que tomó para morirse. 
Para Varela no es solamente ese el elemento central, el corazón de esta película: “Mi material de base es la amistad, pese al paso del tiempo, con algunos y algunas poetas. Y sí, también el documental que hice para la escuela de cine de Avellaneda, ¡que nunca me aprobaron! Se llamaba Rally París Dakar, era una competencia etílica en los bares de San Telmo. Algunos poetas competían, otros oficiaban de jurado, y estaban los que ayudaban en la realización y contener el descontrol. Lo dirigí con un gran equipo técnico de la escuela de cine que no tardó en sumarse a la algarabía general. Así que terminó siendo un documental sobre jóvenes escritores que bebían filmado por jóvenes cineastas que también bebían. Lo editamos en blanco y negro porque el presupuesto que tenía fue para las bebidas. Entonces usamos unos VHS regrabados y le sacamos el color.  Ahora con presupuesto lo recompusimos en post-producción y quedó mejor que el original. Un poco los recuerdos son eso ¿no? Agarrar algo que pasó y mejorarlo postproducción.”
A partir de ese archivo dionisíaco y rockero el documental se despliega hacia el presente. Hay también una mirada externa, la del poeta y crítico Jorge Aulicino que mapea esa poesía, de dónde vino, hacia dónde fue, y las implicancias que tuvo. Varela va de la teoría a la práctica. Va encontrando a cada uno de sus protagonistas en sus trabajos, en sus ámbitos, en su cotidianeidad y los filma. Al mismo tiempo estos personajes hablan de aquella época, la evocan, y en sus palabras vuelve a hacerse presente. Fabián Casas comienza recordando esa letra de Ataque 77: “Sé que vos me amás, sabés que yo te amo, mi amor por vos es único, pero no es mi único amor” para explicar por qué esa mágica conexión entre los miembros de la mítica revista, que los llevaba a estar juntos días y noches, de algún modo, se esfumó. Algo similar comenta Juan Desiderio: “El lazo afectivo está, pero nuestra mente ha cambiado, lo que antes era una mente colectiva y curiosa ahora es una mente en la que en algunos casos hay familia que ocupa parte de esa mente o hay distancias, hubo una diáspora y no es la misma mente que la de hace veinte años, pasó el tiempo y la mente a veces se quema un poco y pensá que el combustible que le dimos a las neuronas no fue el mejor”. 
Pero la melancolía en la que podría sucumbir toda esta recordación se disipa con la presencia del conflicto. Desde el inicio se menciona que algunos de estos poetas están peleados a muerte, otros no se hablan más, no todo está pacificado. Como dice Laura Wittner: “El pasado parece un lugar muy atractivo, ya está todo medio terminado, uno tiene la sensación de que está cerrado, empaquerado, y queres ver como quedó, pero apenas lo miras se desempaqueta y los efluvios vuelven a salir.” 
Varela sale, viaja, se toma un avión y va a países remotos para encontrar a los más perdidos de esa generación. Circo lo recibe en Tokio y le muestra su vida presente como artista del tango. Pero la figurita difícil es Daniel Durand, que vive en Filipinas y por algún motivo no revelado en el filme decide no abrirle la puerta de su casa. 
Como en Village Visages, donde Jean Luc Godard le hace esa mala jugada a Agnes Vardá haciéndola viajar hasta su casa y luego no recibiéndola, Durand pone un límite en el juego del documental. Y eso, lejos de marcar un punto final, o sugerir que la trama está cerrada, revela que esta historia aun se está escribiendo. Mientras no haya paz, mientras la discusión siga, continúa la poesía.
Con la poesía de los 90 pasa algo particular: su leyenda es muy conocida por los que estuvieron cerca –lectores o escritores de poesía contemporánea argentina– al punto de ya tenerlos un poco cansados. Por el contrario, esa misma historia es absolutamente desconocida para quienes no leen poesía ni frecuentan ese ámbito, es decir, para casi todo el mundo. La poesía de los 90 fue una oleada de chicos y chicas que hacían un uso de la palabra diferente del de la década anterior, a la vez que hicieron una relectura furiosa de la tradición poética, bajando a algunos popes y subiendo otros. Su escritura podría describirse a muy grandes rasgos como: de un lenguaje coloquial, barrial inclusive, antilírica, muy pegada a los objetos, poco proclive a la abstracción, desinteresada en demostrar alguna clase de saber o alguna inclinación política. Muchas otras cosas podrían decirse y se dicen hasta el día de hoy. Hay varias antologías que vuelven a poner esos nombres en fila; hay también libros que analizan sus obras a la luz de teorías nuevas. Hay pensamiento sobre si hubo o no un legado. Hay un consenso en que lo que pasó allí fue importante, a la vez que su órbita de influencia quizás haya sido reducida. Como una bomba cuyo efecto es más profundo que extendido. 
Lo que no había, ni para expertos ni para incautos, era un un documental que capturara el impacto de sus figuras. Un documental que volviera imagen la leyenda de estos poetas un poco lúmpenes, bastante geniales y algo mal llevados, de los que una década más tarde, se sabe de algunos mucho y de otros casi nada. ¿Dónde están? ¿Qué hacen? ¿En que se torna la joven poesía cuando sus autores pasaron los cincuenta años? 
El que decidió meterse en este brete de hablar nuevamente de la generación glosada fue Mario Varela. Un cineasta también partícipe activo de esa escena, particularmente la que se dio alrededor de la revista 18 whiskys de la que fue coautor junto a Daniel Durand, Fabián Casas, Laura Wittner, Darío Rojo, Teresa Arijón y algunos más. Como actor de esa escena era una voz propia, una voz que emitía ese mismo cuerpo. Había algo más: un precioso material filmado por él mismo en aquel entonces, que hace unos años empezó a circular por internet, en el que se ven versiones jovencísimas de los poetas mencionados más Juan Desiderio, Ezequiel Alemian, Sebastián Bianchi, Jorge Aulicino, Circo y una serie de chicas no identificadas –dato que también revela parte de la idiosincrasia de este grupo– en una noche eterna donde sin decirlo se homenajeaba a Dylan Thomas y los famosos dieciocho whiskys que tomó para morirse. 
Para Varela no es solamente ese el elemento central, el corazón de esta película: “Mi material de base es la amistad, pese al paso del tiempo, con algunos y algunas poetas. Y sí, también el documental que hice para la escuela de cine de Avellaneda, ¡que nunca me aprobaron! Se llamaba Rally París Dakar, era una competencia etílica en los bares de San Telmo. Algunos poetas competían, otros oficiaban de jurado, y estaban los que ayudaban en la realización y contener el descontrol. Lo dirigí con un gran equipo técnico de la escuela de cine que no tardó en sumarse a la algarabía general. Así que terminó siendo un documental sobre jóvenes escritores que bebían filmado por jóvenes cineastas que también bebían. Lo editamos en blanco y negro porque el presupuesto que tenía fue para las bebidas. Entonces usamos unos VHS regrabados y le sacamos el color.  Ahora con presupuesto lo recompusimos en post-producción y quedó mejor que el original. Un poco los recuerdos son eso ¿no? Agarrar algo que pasó y mejorarlo postproducción.”
A partir de ese archivo dionisíaco y rockero el documental se despliega hacia el presente. Hay también una mirada externa, la del poeta y crítico Jorge Aulicino que mapea esa poesía, de dónde vino, hacia dónde fue, y las implicancias que tuvo. Varela va de la teoría a la práctica. Va encontrando a cada uno de sus protagonistas en sus trabajos, en sus ámbitos, en su cotidianeidad y los filma. Al mismo tiempo estos personajes hablan de aquella época, la evocan, y en sus palabras vuelve a hacerse presente. Fabián Casas comienza recordando esa letra de Ataque 77: “Sé que vos me amás, sabés que yo te amo, mi amor por vos es único, pero no es mi único amor” para explicar por qué esa mágica conexión entre los miembros de la mítica revista, que los llevaba a estar juntos días y noches, de algún modo, se esfumó. Algo similar comenta Juan Desiderio: “El lazo afectivo está, pero nuestra mente ha cambiado, lo que antes era una mente colectiva y curiosa ahora es una mente en la que en algunos casos hay familia que ocupa parte de esa mente o hay distancias, hubo una diáspora y no es la misma mente que la de hace veinte años, pasó el tiempo y la mente a veces se quema un poco y pensá que el combustible que le dimos a las neuronas no fue el mejor”. 
Pero la melancolía en la que podría sucumbir toda esta recordación se disipa con la presencia del conflicto. Desde el inicio se menciona que algunos de estos poetas están peleados a muerte, otros no se hablan más, no todo está pacificado. Como dice Laura Wittner: “El pasado parece un lugar muy atractivo, ya está todo medio terminado, uno tiene la sensación de que está cerrado, empaquerado, y queres ver como quedó, pero apenas lo miras se desempaqueta y los efluvios vuelven a salir.” 
Varela sale, viaja, se toma un avión y va a países remotos para encontrar a los más perdidos de esa generación. Circo lo recibe en Tokio y le muestra su vida presente como artista del tango. Pero la figurita difícil es Daniel Durand, que vive en Filipinas y por algún motivo no revelado en el filme decide no abrirle la puerta de su casa. 
Como en Village Visages, donde Jean Luc Godard le hace esa mala jugada a Agnes Vardá haciéndola viajar hasta su casa y luego no recibiéndola, Durand pone un límite en el juego del documental. Y eso, lejos de marcar un punto final, o sugerir que la trama está cerrada, revela que esta historia aun se está escribiendo. Mientras no haya paz, mientras la discusión siga, continúa la poesía.
Fuente: Página 12. 

 

Noticia disponible en: Universatil
http://www.universatil.com

Su dirección URL es:
http://www.universatil.com/modules/noticias/noticia.php?noticia=12416