De esta primera edición de la olimpíada, que se realiza en el marco de Olimpíadas y Talleres del Programa de Articulación con la Escuela Media, participaron 70 alumnos de distintas instituciones de nivel medio de la ciudad. El licenciado Fernando Laborda, director de Ciencias de la Comunicación y responsable de la actividad, junto con el profesor Marcelo Moreno, titular de la cátedra Habilitación Profesional, evaluaron las entrevistas presentadas.
La entrega de premios y menciones se realizó en la Torre Universitaria. Resultó ganadora la entrevista “Historias para contar. Las siete vidas de Alberto”, de Catalina Lenzi y Francisca Sarmiento del Instituto Juan Santos Gaynor. El segundo puesto fue para el trabajo “La marginalidad es un monstruo que todos alimentamos”, de Felipe Patrón Costas, Ignacio Duncan y Segundo Campos Carranza del Colegio San Pablo. El tercer premio lo obtuvieron Laura Campelo, Berenice Antonella Stoecklin y Ornela Bianca Papaleo, del Colegio del Arce, por su entrevista “Más que una disciplina: un baile, un sueño”. Recibieron menciones especiales los trabajos “Voy a estar acá hasta el día que me muera”, de Ignacio Ojeda, Instituto Juan Santos Gaynor; “Historias de vida. La vocación de ayudar a los otros siempre lo acompañó”, de Juan Cruz Gutiérrez, Joaquín López y Gianmarco Pellegrino del Instituto Juan Santos Gaynor; y “Alejandro Ripoll, director de ‘Showmatch’”, de Sofía Gomila, Sofía Juarros y Juan Ignacio Ripoll Hoppe del Colegio del Arce.
Los trabajos que presentaron los estudiantes se destacaron por su originalidad y por manifestar claramente las habilidades comunicacionales de sus autores. Por eso incluimos a continuación el trabajo ganador.
Historias para contar Las siete vidas de alberto Por Catalina Lenzi y Francisca Sarmiento Cuarto año del Instituto Juan Santos Gaynor
Con sus 85 años, ha tenido más accidentes de los que cualquiera de nosotros pueda imaginar. Desde chiquito, los accidentes lo persiguen. Con apenas seis años, el pequeño Alberto Lenzi, ya tenía una anécdota que contar. En su casa había una escalera de mármol con escalones que sobresalían y barandas de hierro. Por este motivo, el padre le puso una reja para impedirle el paso. Alberto, con su personalidad aventurera, ignoró el peligro y agarrándose de la baranda y los escalones, trepó lo más alto que pudo. A pesar de su inocencia e ignorancia, luego del porrazo, salió ileso. Su siguiente accidente ocurrió tras la mudanza a la calle Sánchez en el barrio de Almagro. El rebelde Alberto, de nueve años, aprovechando que su mamá dormía la siesta, saltó la medianera, que dividía una casa de la otra, para salir a la calle y reunirse con sus amigos. Pero, esta vez, no salió como lo esperado. Su pie se enganchó en el alambre de púas y, antes de que pudiera darse cuenta, se encontró en el piso con la nariz sangrando y el tabique roto. Tras lo cual asegura haber sido tratado por un verdadero carnicero. Sí, ¡un carnicero le arregló la nariz! Evidentemente, Alberto tenía una fascinación por el riesgo o bien una incapacidad para medir los peligros y sus consecuencias. Como sea, ya veremos que no fueron estos los únicos accidentes que sufrió en su juventud. A los quince años, al ser atropellado en la esquina de las avenidas Corrientes y Callao, abolló el techo de un auto con su cabeza.
"Me atropelló, volé por el aire... quedé sentado en el piso, detrás del auto. No tenía nada... un chichón nada más. A los pocos días andaba lo más bien." Ciertas partes de su anatomía recibieron más maltrato que otras. Por ejemplo, su ceja sangro tanto por un piedrazo arrojado por un "amigo", un hierro que voló impulsado por el viento y le abrió otra herida, como por una caída al vacío desde una escalera que le volvió a abrir la misma malograda ceja. A medida que fue pasando el tiempo, Alberto no fue ganando solo en edad, sino que también en magnitud de accidentes. Su accidente más grave fue el que sufrió cuando una máquina le aplastó el brazo trabajando en una fábrica metalúrgica. Tal cual se ve en las caricaturas, su brazo le llegaba hasta el suelo. Una vez más, Alberto se recuperó de este accidente, aunque quedó cual Frankenstein (¡AVISO! NO APTO PARA IMPRESIONABLES) ya que tuvieron que usar una parte del fémur y una planchuela de acero para reconstruirle el brazo. Sin embargo, su suerte lo siguió a todas partes. El mismo día en que le quitaban el yeso, fue atropellado nuevamente por un colectivo, accidente del cual también resulto ileso. Todo esto y algunas anécdotas que no vamos a referir hacen que Alberto tenga el record barrial de haber entrado (y salido con vida) 11 veces del quirófano. ¿Qué es lo que lleva a una persona como Alberto a pasar por tantas cosas como las relatadas? ¿Es mala suerte? ¿Es imprudencia? ¿O la falta de un ángel protector? "Ya no sé si tuve buena o mala suerte.” Nos comenta su suerte o mala suerte tras haber sufrido tantos accidentes, pero haber salido (casi) completo de cada uno de ellos. A pesar de no tener una explicación clara, Alberto sostiene que una vida vivida intensamente, naturalmente, implica riesgos, pero también muchas satisfacciones y anécdotas para contar, dice sonriendo.
Fuente: UB