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La Plaza Roja de Moscú, "el corazón del mundo" - Interés general

22/06/2016

Krasnaya Ploshchad, la famosa Plaza Roja de Moscú, se abre ante mis ojos. Inmensa y vasta, quizás intimidante. Todo es así en el país más grande del mundo y todo es así en la Tercera Roma, la ciudad de Moscú.

Construida sobre siete colinas, como Roma y como Constantinopla, se vio sucesora desde los tiempos del Principado de Moscovia y posteriormente desde el reinado de los primeros zares como la ciudad que nunca iba a caer ante naciones herejes.

Estábamos parados con mi tocayo Vanya, el afectuoso diminutivo que corresponde al nombre Iván, en el centro neurálgico de la plaza mientras discutíamos y charlábamos sobre los aspectos más importantes de la historia de la metrópolis más septentrional del mundo, capital del país y corazón espiritual del mundo ortodoxo.

Pero sobre todo, discutíamos el porqué del tamaño de la plaza y las construcciones que se hallaban alrededor de este viejo enclave moscovita, que pasó de ser un simple mercado a uno de los espacios más distinguibles del mundo. "Todo lo que podemos ver -me explicaba Vanya-, corresponde a un pedazo de historia del país. Porque el mismo desarrollo de la plaza corresponde al crecimiento del país: altivo y orgulloso, por momentos caótico y sin rumbo, magnánimo o suplicante, cruel.Pero siempre, maravilloso."

Estas eran las palabras de mi rubicundo amigo, que sacándome una buena cabeza de altura me miraba con una mueca de sonrisa en su boca y extendiendo sus enormes brazos intentaba abarcarlo todo con un enorme abrazo.

De pequeño yo había leído en las maravillosas enciclopedias y libros que se encontraban en la casa de mi abuela decenas de historias de esta ciudad y sobre todo de otro tocayo: Iván IV, comúnmente conocido por la historia como Iván el terrible.

A nuestra derecha se encontraba el Kremlin, la famosa fortaleza de altas murallas, con sus increíbles iglesias, como la Catedral de la Dormición y la Catedral de la Anunciación, cubiertas con sorprendentes frescos sacros de una belleza perenne, con el Palacio del Senado y el Campanario de Iván el Grande. Tratando de imaginar lo que fue vivir en esos tiempos de cristalización del Zarato ruso, me preguntaba si todavía por los pasillos del Kremlin se escuchaban los gritos de Iván el terrible, tras la pérdida de su mujer, Anastasia Romanova, y su transformación en un verdadero déspota. También a nuestra derecha podíamos observar el mausoleo de Vladimir Ilyich Ulyanov, Lenin. Su cuerpo yace embalsamado en el interior desde los años 20.

Seguíamos girando en sentido contrario de las agujas del reloj y teníamos enfrente a la Catedral de San Basilio, con sus enormes y coloridas cúpulas de colores, construida por el terrible Iván para conmemorar una gran victoria militar, la leyenda dice que una vez terminada de construir, el zar mandó a cegar al arquitecto para que jamás volviese a construir algo tan bello, y les aseguro que se ve tan o más bonita que en la infinidad de fotos e imágenes que se han hecho de ella.

A nuestra izquierda, seguía señalando Vanya, los famosos almacenes Gum, una de las tiendas más conocidas del mundo, ideados por Catalina, mecenas de las artes e incansable o impetuosa amante.

"Pero -otra vez Vanya, con una socarrona mueca en su boca-, hay otra razón por la cual es muy importante esta plaza. De aquí salen las calles, caminos y vías más importantes de la ciudad. Este es el corazón y el alma de Rusia y del mundo." Viendo mi cara de incredulidad ante tamaña aseveración, se corrigió y con una carcajada exclamó: "¡de mi mundo!" Y con dos palmadas en mi espalda que me sacaron el aire me invitó a seguir caminando.

Fuente: La Nación

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