En el secundario, igual. Solo con la diferencia que a esta altura había entendido cuándo y cómo mostrarse con las profesoras, a los fines de no ser el buchón y, como se entiende, quedar segregado inmediatamente de sus compañeros.
Es verdad que por ahí le molestaba un tanto cómo lo peinaba su mamá, a tal punto que generaba hipótesis acerca de qué diablos estaría hecho el gel como para quedarle tan duro hasta la tarde, horario en que se juntaba a patear con los chicos de la cuadra.
El asunto es que una vez crecidito, su idea recurrente de la responsabilidad encontró un excelente maridaje con los requisitos que imponen los trabajos en general: léase llegar temprano, no quejarse si toca quedarte hasta más tarde, cumplir con los plazos de presentación de reportes y así…
Entrar en una “multi” era uno de sus sueños. Y tanto y tanto perseveró que al final obtuvo esa ansiada posición en una archiconocida compañía dedicada a las auditorías contables.
Sus primeros años fueron memorables. Cinco exactamente en los que pudo aprender los gajes del oficio y esos bordes/márgenes que no enseñan en la facultad y que sí hacen la diferencia cuando formás parte de una organización.
Los cursos en Buenos Aires. Las conversaciones con compañeros de otros lugares del país. Conocer un ejecutivo que no habla español. “Uy uy uy”, pensaba Tomás. “Esto es la gloria”.
Pero (una historia sin peros no merece llamarse tal) un día no podía dormir. Daba vueltas a uno y otro lado de su cama. Que un vaso de leche tibia y otras pavas recetas de su esposa, y nada. En la cabeza, una moto prendida parecida a esas que giran en un globo metálico de los circos, pero que en lugar de ruido soltaba algunas frases tales como: “Cómo me quedaría tomando mates en casa” o “No entiendo porqué sigo trabajando ahí”; “Odio a mi jefe” y otros crueles etcéteras…
DE LO PARTICULAR A LO GENERAL
El relato de Tomás no es muy diferente al de tantos otros que luego de haber transitado un tiempo dentro de una empresa comienzan a sentir el desgaste en el vínculo. Tal como sucede en las relaciones en general, al comienzo todo es enamoramiento e idealización para más adelante percibir las fallas y cuestiones que no cierran por ningún lado. Y bien cabe aquí estar advertido que el tamaño o el tipo de empresa no tienen que ver con esto. Comienza con una sensación altamente negativa, constituida por una degradación constante y sistemática del sentido de la tarea. Esa idea, que cuando uno la paladea sabe amarga como la hiel, se manifiesta en: “A nadie le importa lo que hago” y “Es lo mismo hacer las cosas bien que mal”.
Entonces, será el momento de bifurcación en donde lo primero a tener en cuenta es si se trata de algo que forma parte de la dinámica misma del empleo (en buen romance: ningún trabajo es perfecto) o bien efectivamente hay algo que cruje, y hace un ruido que aturde.
¿Qué genera esta pérdida de entusiasmo en los colaboradores?. La lista podría rozar las mil y quinientas, pero para citar las más habituales diré que pasan por una ausencia de planes de carrera (en el mejor de los casos, puedo mejorar mis ingresos solo por aplicar mi coeficiente de antigüedad, pero nunca un cargo mejor dado que la pirámide jerárquica es plana); un jefe negativo, que solo ve los errores y jamás reconoce aciertos; un agrio clima de trabajo, con compañeros competitivos que solo quieren subir a costa de los demás; una organización con (dis)valores, que es incapaz de ver los talentos internos; y finalmente, un salario no acorde con el nivel de responsabilidades asignadas.
Si este fuera el caso de Tomás y porqué no el de tantos otros que leen estas líneas, mi sugerencia es que analicen uno por uno todos aquellos puntos capaces de generar malestar, y luego hagamos una ponderación; es decir, asignarles un valor a cada uno, de lo más a lo menos insoportable. Ejemplo, relación con mi jefe (10); excesiva carga horaria (9); dificultad de ascender (8) y así.
Una vez hecha esa tarea, lo segundo es ser realista y honesto con nosotros mismos y definir el denominado umbral de tolerancia: ¿Soporto los primeros dos lugares de la lista? ¿O son demasiado para mí?. De optar por la negativa, lo más adecuado sería pensar en otro empleo o bien otros modos que permitan una generación de ingresos estables, tales como un emprendimiento personal. Conozco muchos casos como el de Tomás, que se han desarrollado como brillantes empresarios luego de haber advertido que la relación de dependencia no era para ellos, y que sostener un trabajo calamitoso trae más dolores de cabeza y gastos médicos que beneficios.
Si luego de mi análisis ocurre lo contrario, y me considero capaz y con las herramientas suficientes para hacerles frente, la recomendación es pensar en nuestros sostenes y apoyaturas relacionales, por ejemplo pareja o amigos. Ellos significan que puedo contar con alguien, y serán excelentes catalizadores de angustias y tristezas. Además, también es muy saludable realizar actividades que pongan un poquito a dormir a nuestro hemisferio izquierdo (instancia crítica) como por ejemplo los juegos y la actividad física que resulte de nuestro agrado.
Estas opciones ponen de manifiesto el refrán de “Si no puedes derrotarlo, entonces únete a él”, propiciando una adaptación a las circunstancias. Adaptación que, nunca hay que olvidarlo, debe ser activa para ser eficaz, lo que equivale a realizarla desde el propio deseo del sujeto y no del sometimiento silencioso a las causas de la desmotivación.
Fuente: El Litoral