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Fontanarrosa y las buenas palabras

28/02 |

¿Quién define cuáles son las malas palabras? ¿O es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas? Así planteaba el debate el último escritor del pueblo en el Congreso Internacional de la Lengua Española.

rf¿Quién define cuáles son las malas palabras? ¿O es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas? Así planteaba el debate el último escritor del pueblo en el Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizó en Rosario, a fines de 2004.

Si bien la invitación a Fontanarrosa para participar del congreso fue un gran acierto, probablemente para muchos científicos de la lengua española fue sólo una charla de color entre tanto pasilleo, canapés y magistrales conferencias sobre “el cultivo de la lengua a través de la edición: La experiencia panhispánica del grupo Santillana”.

Pero retomando el tema, ¿por qué hay algunas palabras que son malas?, se preguntaba el artista popular y justificaba su duda: “Hay palabras de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza, algunas incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo”.

Para los otros muchos que pertenecemos a la Comunidad de Ignorantes de la Lingüística (CIL), fue la apertura a poder pensar, desde las llanuras de la vida no científica, el peso de algunos vocablos en lo cotidiano, en la construcción de mundos y significados, y en cómo estructuramos, etiquetamos y construimos relaciones desde reglas costumbristas.

Desde las colectoras de la ciencia, el “Negro” Fontanarrosa nos abrió a otros debates y a una conclusión simplista, básica: es el contexto del uso de la palabra, más que la palabra en sí, lo que puede brindar elementos probatorios concretos para condenarlas a la categoría de malas. O absolverlas. Pero nada tiene que ver con los absurdos tradicionalismos heredados.

Pienso en situaciones cotidianas. Es común escuchar a personas de barrios con impuestos y tasas lógicas decir “ese negro de mierda” y, las más culpógenas, hasta aclaran “pero no digo negro de piel sino de alma”.

Justo en ese uso, la palabra negro es bastante más repudiable que pelotudo, pero sin dudas, no te mandarían a enjuagarte la boca con jabón –situación que, aunque sin datos estadísti-cos, suponemos que por suerte ya no es común–.

Pongamos otro ejemplo: el insulto “boliviano” tristemente célebre en el fútbol. Si pensamos la palabra en sí misma, no es más que un gentilicio que define un origen, pero en el contexto antes descripto, es una verdadera ofensa para los bolivianos. Y esto no es menor, no sólo la escuchamos en las canchas de fútbol, también se le cayó a algún ex intendente y a un probable candidato a presidente, que por cierto se cuidan de usar la palabra mierda o pelotudo en sus discursos.

El debate sin dudas debería volver a los científicos y no es el CIL el lugar adecuado para seguir este conflicto, pero, mientras tanto, está instalado hasta en la meca del idioma donde el “Negro” –de piel y de alma– Fontanarrosa cerró con una propuesta: “Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar”.

Fuente: Diario La Voz

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