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La historia de Beppo Levi, el genio matemático que vivió en Rosario
Dos profesores de la UNR escribieron el libro “Nuestro Beppo” sobre la vida y el legado del científico italiano que durante el régimen fascista se instaló en Rosario para poder seguir investigando y enseñando.
“Entendemos por erudito al que ha leído gran cantidad de libros, al que ha devorado varias bibliotecas. Y por sabio al que es capaz de tomar las decisiones más acertadas en la vida, al que puede dar el consejo adecuado en el momento oportuno. Beppo Levi era ambas cosas: erudito y sabio”, expresa Pedro Marangunic en el libro “Nuestro Beppo. Historia del gran matemático italiano que eligió Rosario para siempre”, editado recientemente por Fundación Ross.
“Quisimos destacar más al hombre que al matemático, era un gran trabajador, un humanista muy comprometido con la sociedad”, explica la otra autora, Silvina Pessino, quien para lograr un retrato íntimo, entrevistó a la menor de las hijas del científico, Emilia, de 96 años, que hoy vive en Buenos Aires. También utilizaron como fuentes un libro escrito por la hija mayor, Laura, anécdotas de alumnos, discípulos y su vasta producción escrita, cuyo último tercio generó en nuestra ciudad.
Levi nació en Turín el 14 de mayo de 1875, siendo el cuarto entre diez hijos de una familia judía. Por su talento y tenacidad se doctoró en matemática a los 21 años, pese a serios problemas de salud que lo dejaron de muy baja estatura y a tener que trabajar desde muy joven para el sostén de la familia, ante la temprana muerte de su padre.
Sus intereses abarcaron varias ramas de la matemática y sus aplicaciones, así como también mecánica racional, epistemología, historia, filosofía y distintos aspectos de la educación matemática. Tuvo su época de mayor esplendor en las primeras décadas del siglo XX, cuando incursionó en casi todos los desarrollos matemáticos importantes de su tiempo, dejando siempre una huella e incluso anticipando conjeturas o resultados.
Libro para niños
Cuando sus hijos eran pequeños, escribió un libro destinado a ellos y a otros niños de su edad donde proponía otra forma de enseñar esta materia. Utilizó el concepto ordinal del número, en lugar del cardinal que predominaba. Además se encargó de ilustrarlo de modo artesanal, con pequeños dibujos para cada ejercicio.
Llegó a Rosario en noviembre de 1939, con 64 años. Un año antes, siendo profesor de la Universidad de Bologna, la más antigua y prestigiosa de Europa, había quedado cesante por aplicación de las leyes raciales del régimen de Mussolini, según las cuales ninguna persona de origen judío podía ocupar cargos en la enseñanza. Más adelante el nivel de persecución creció: le impidieron la entrada a la biblioteca y la hemeroteca de la Universidad. “Era como cortarle las alas y empezó a pensar en la emigración”, sostiene el autor.
Mientras tanto, en 1920 se había fundado en nuestra ciudad la Facultad de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales Aplicadas a la Industria, de la Universidad Nacional del Litoral (actual Facultad de Ciencias Exactas de la UNR). Hacia 1938 era decano el Ingeniero Cortés Plá, quien junto a un grupo de colaboradores visionarios entendían que la docencia necesitaba del aporte de la investigación y decidieron fundar varios institutos, entre ellos el de Matemática.
A la cabeza de tales institutos se necesitaban profesionales de prestigio para poder formar nuevas generaciones de investigadores. Conociendo las persecuciones que el Dr. Levi estaba sufriendo, le ofrecieron venir a la Argentina para dirigir el naciente Instituto de Matemática. Para secundarlo como vicedirector trajeron a Luis Santaló, un brillante joven catalán perseguido por el franquismo.
Según relatos familiares, llegó a Rosario con muchas dudas porque no sabía lo que le esperaba, pero se sorprendió por la cordialidad y el entorno de trabajo que habían acondicionado especialmente para él. Antes de partir hacia nuestra ciudad, desde la Facultad le habían consultado sobre qué obras fundamentales necesitaba para trabajar, las adquirieron y con todo ese material se equipó la biblioteca.
De esta forma pudo continuar con sus propias investigaciones, publicó libros, trabajos científicos y también hizo docencia en la Facultad y en el Profesorado que entonces dependía de la Escuela Normal Nº 1 (actual instituto Olga Cossettini).
Un viaje de 15 días
Levi decía que había aprendido el español en el viaje en barco que duró quince días y desde un primer momento dictó sus clases en este idioma, a pesar que aún tenía un marcado acento italiano. Sus ex alumnos contaban que al principio no le entendían bien porque tenía un nivel muy superior de conocimientos matemáticos en relación a los que circulaban aquí. Entonces le solicitaron si las explicaciones podían comenzar desde lo llano, a lo que el matemático accedió y de a poco pudo ir profundizando los saberes de los estudiantes
Aunque la mayor parte de los cursos que dictó eran para docentes, en alguna época debió dar materias regulares para estudiantes de Ingeniería, específicamente Análisis Matemático II y Mecánica Racional. Según algunas anécdotas, por su baja estatura, el profesor no alcanzaba la altura usual del pizarrón, entonces a menudo pedía que lo colocaran acostado sobre una mesa y él se inclinaba o trepaba sobre la misma para escribir. Los alumnos rodeaban esa mesa para seguir sus razonamientos o alguien volvía a colocar vertical el pizarrón para que todos pudieran ver los ejercicios.
Más de una vez expresó sus opiniones sobre la forma de tomar exámenes: le interesaba descubrir qué sabía el alumno, no qué cosa no sabía. “En los exámenes tendrían que ser los alumnos los que hicieran las preguntas porque si entendieron harán preguntas interesantes y si no, no tendrán qué preguntar”, decía.
También tuvo que enseñar el oficio de investigador: qué es lo que hace día a día, cuáles son sus insumos, cómo se elabora un trabajo científico para presentar en un congreso o para enviar a una revista. Desde el principio planteó que su tarea en el país sería la de difusor del pensamiento matemático. Fue así como creó las Publicaciones del Instituto y la revista científica “Mathematicae Notae”. Por su prestigio, contó con la colaboración de importantes matemáticos de otros países y “colocó a Rosario en el mapa internacional de la ciencia. No es una exageración decir que es el padre de la Matemática en Rosario”, afirman los investigadores.
Lo curioso es que estaba en todos los detalles, casi obsesivamente. Por ejemplo, viajaba frecuentemente a Santa Fe para explicarles a los tipógrafos de la imprenta de la UNL cómo había que hacer la simbología matemática o a pelearse con ellos porque habían puesto un símbolo un renglón más arriba o más abajo de lo que correspondía.
Finalizada la II Guerra Mundial, tuvo posibilidades de volver a Italia, pero él eligió seguir brindándose a Rosario, alegando que la ciudad había sido muy gentil con él. Por un lado había hecho muchos amigos y por otro, no quería defraudar a los jóvenes que estaba formando. “Dio ejemplos de ética, humildad y generosidad”, resaltan los autores.
Falleció a los 86 años y presentó la renuncia sólo veinte días antes de su muerte, cuando sintió que las fuerzas lo empezaban a abandonar. “Más que una nota de renuncia parecía un pedido de disculpas”, dice Marangunic.
Sus creaciones, y las de los jóvenes a los que él estimuló y orientó, tienen innumerables aplicaciones, algunas de las cuales inciden en nuestra calidad de vida. En la primera mitad de los años 40 se desarrolló en el mundo una teoría matemática que hacia fines de los 70 dio pie a la tomografía axial computada. Y parte de esa base matemática la hizo el Dr. Santaló, precisamente en Rosario.
Hoy llevan su nombre el Instituto de Matemática que dirigió y, desde 1977, una calle de muy pocas cuadras en el Barrio Cristalería, que para los autores de su biografía constituye una deuda de la ciudad ante tamaña figura.
Fuente: UNR