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Un tabú en el laboratorio

13/07 |

 

Como los ensayos para el diseño de fármacos se hacen con roedores y peces, se generan conflictos éticos que despiertan reflexiones cruzadas. En estos dilemas morales se mezclan la empatía de los científicos con los animales, el deber de experimentar y la eutanasia.
En las prácticas de laboratorioComo los ensayos para el diseño de fármacos se hacen con roedores y peces, se generan conflictos éticos que despiertan reflexiones cruzadas. En estos dilemas morales se mezclan la empatía de los científicos con los animales, el deber de experimentar y la eutanasia.

 

 

Mientras las sociedades protectoras de animales, de modo radical, denuncian “el asesinato indiscriminado de seres vivos”; la ciencia, por su parte, busca explicar lo de siempre otra vez: cualquier antibiótico, vacuna o remedio que los médicos suministran a sus pacientes requiere –previamente– ser testeado para evitar futuros efectos nocivos. Y si los ensayos no se realizan en roedores y peces, ¿quién debería tomar su lugar? La humanidad no debe olvidar que hace apenas un puñado de décadas, el nazismo decidió ahorrar tiempo y los experimentos se practicaron en humanos. Así, figuras como Carl Clauberg, Albert Widmann, Joachim Mrugowsky y Josef Mengele, entre tantos otras, quedarán grabadas en la memoria colectiva por cometer las atrocidades más inimaginables: desde la dirección de programas de eutanasia y el diseño de cámaras de gas, hasta la infección de prisioneros con clavos oxidados y vidrios, para recrear las heridas que sufrían los soldados alemanes durante la guerra y conseguir sanarlos más rápidamente.   
En este marco, como el empleo de animales no puede evitarse, la ciencia tiene la obligación de controlar y regular los experimentos bajo protocolos de buenas costumbres y métodos que tiendan a reemplazar, reducir y refinar su uso. Desde aquí, Jimena Prieto –doctora en Ciencias Básicas y Aplicadas e investigadora del Conicet en el Laboratorio de Biomembranas de la Universidad Nacional de Quilmes– participa de la Comisión de Bioterio de la UNQ y promueve cursos de capacitación para “desarrollar el sentido crítico de los científicos y la conciencia ética suficiente para fomentar un uso controlado de las especies”.  
–A muchos investigadores les cuesta describir sus experimentos cuando involucran animales. Es un tema tabú…
–Sí, porque despierta sensaciones encontradas. De hecho, existen movimientos colectivos que se oponen a la utilización de animales en laboratorios. Se trata de grupos radicales que, incluso, muchas veces causan problemas e interrumpen los congresos y jornadas. Lo que a menudo les explicamos es que el empleo de animales es una realidad de la que no podemos escapar, ya que cualquier medicamento que las personas reciban debe ser previamente testeado. De lo contrario, como en algunas ocasiones ha ocurrido, pueden causar graves problemas de toxicidad.
–Sin embargo, existen productos médicos cuyas etiquetas aseguran: “No testeados en animales”. ¿Qué sucede en estos casos?
–En general, utilizan fórmulas que fueron copiadas de experimentos que, necesariamente, sí fueron testeados en animales. 
–Si no se puede dejar de usar animales, ¿qué es posible hacer al respecto?
–Trabajar con la mayor ética posible. Si bien en el pasado se realizaban experimentos sin supervisión de ningún tipo, en la actualidad se respetan protocolos consensuados por la comunidad científica para que la decisión sobre qué hacer no dependa exclusivamente del criterio de cada investigador.    
–¿Qué protocolos?
–Se trata de controles internos. En las diferentes universidades existen comisiones que evalúan el cumplimiento de normas de buenas costumbres, basadas en reglas generadas y respetadas en el marco internacional. Por ejemplo, antes de la utilización de animales se deben realizar ensayos para cumplir con el principio de las “3R”: Reemplazo (métodos que ayuden a evitar o reemplazar el uso de animales), Reducción (métodos que ayuden a reducir el número) y Refinamiento (métodos que ayuden a disminuir el dolor). Desde aquí, se emplean analgésicos específicos si tienen que ser sometidos a cirugías, se reflexiona acerca de cómo será el cuidado, por cuánto tiempo serán sometidos, cómo será el punto final. 
–Algunos animales funcionan como modelos de experimentación. Cuénteme por qué. 
–Se utilizan ratas y ratones porque son mamíferos cuyos comportamientos son bastantes representativos y ayudan a proyectar lo que luego ocurrirá en humanos. Históricamente, los científicos desarrollan una idea; luego, confeccionan un diseño y lo testean en un cultivo celular. Más tarde, el compuesto –supongamos una fármaco antitumoral– se prueba en roedores.
–No obstante, usted trabaja en un modelo intermedio: el pez cebra.
–Sí, trabajo con larvas del pez cebra como modelo intermedio para evitar el uso inmediato de roedores que, tal vez, me generaban más empatía de la aconsejable. Y, además, funciona muy bien para probar si un fármaco genera hepatotoxicidad (daños en el hígado), o bien, cardiotoxicidad (daños en el corazón). Con los datos que se extraen de las larvas se reducen las pruebas que en el paso siguiente se harán en mamíferos. Más adelante, se sigue con estudios que comúnmente hacen las farmacéuticas, para evaluar otros aspectos, como la capacidad de escalamiento industrial del fármaco.     
–¿Qué se prueba en roedores?
–Se examina la eficiencia de los tratamientos. Por ejemplo, si el fármaco es para tratar cáncer, se induce un tumor en los ratones y luego se suministra el medicamento diseñado para observar cómo responde. Si el proceso funciona, se realiza un convenio con alguna empresa interesada en producirlo a gran escala. A partir de aquí se hacen los estudios clínicos y preclínicos, en muchos casos, con personas que están dispuestas a participar de los ensayos. En general, son pacientes que ya no responden a tratamientos tradicionales y dan su consentimiento para probar una nueva estrategia terapéutica. 
–¿Y qué pasa con los primates? Nuestra mirada es tan antropocéntrica que la preocupación se incrementa a medida que los animales en cuestión se parecen más a los humanos…
–Al menos en Argentina, no conozco ningún laboratorio que utilice primates de ningún tipo; aunque todavía quedan centros internacionales muy específicos que los emplean. Por otra parte, estoy de acuerdo: cuesta más realizar experimentos en aquellos animales que se parecen más a los humanos, porque nos generan mayores grados de empatía. De hecho, comencé a utilizar el modelo de pez cebra porque ya no quería emplear roedores. Me encariñaba más de la cuenta. 
–Y eso dificultaba el trabajo.
–Sí, claro. Además, como en todos los ámbitos, hay tantas decisiones como personas: algunos científicos se rehúsan a trabajar con animales y prefieren investigar en plantas; otros optan por la experimentación computacional; y los restantes no tienen ningún problema en utilizarlos y está bien. En mi caso decidí cambiar.   
–El clima se espesa cuando, después de la experimentación, sobreviene la eutanasia.
–Claro. Luego de los experimentos se realiza el punto final de los animales porque ya no pueden ser reutilizados; y, sin dudas, es una sensación horrible para los científicos. A menudo los investigadores se llevan a las ratas o los peces a sus casas y los adoptan como mascotas. 
–El conflicto está planteado: los experimentos hay que hacerlos, o bien con animales, o bien en humanos…
–En un momento de la historia no tan lejano fue con humanos. Durante el nazismo, los científicos hacían sus experimentos con las personas que estaban recluidas en los campos de concentración. No hace tantas décadas cualquier científico practicaba experimentos sin respetar protocolos de ninguna clase y sin saber que los animales podían sufrir. Hoy la realidad es bastante diferente, ya que se trata de limitar el dolor mediante estrategias explícitas y reglas claras. Me encantaría que no hubiera testeo en animales, pero cuando mi hijo está enfermo quiero suministrarle un corticoide, un antibiótico o una vacuna con la tranquilidad de saber que son respuestas seguras y que no serán tóxicos ni perjudicarán su salud. 
–¿Cuál es el estado de los bioterios en Argentina?
–En el pasado, un bioterio podía ser un cuarto adentro del mismo laboratorio del investigador. Por supuesto que todos los casos son particulares y que el presente presupuestario del sistema científico local complejiza las cosas. Sin embargo, en la actualidad, el ideal internacional promueve el diseño de espacios con temperaturas e iluminación controladas, con estructuras acordes con los niveles de seguridad requeridos (dependiendo de los patógenos que se manipulen en cada caso) y con aire purificado –entre otros tantos requisitos– tanto para el bienestar de los animales como para asegurar la eficacia de los ensayos. 
–Los científicos argentinos está acostumbrados a arreglárselas con poco. Eso es evidente cuando viajan para estadías de investigación a otros países y descubren un mundo de posibilidades… 
–Hemos desarrollado al máximo nuestras capacidades de improvisación. Ante la falta de presupuesto –en relación con lo que ocurre en los laboratorios más importantes de Europa o Estados Unidos– diseñamos soluciones caseras y nos arreglamos con poco. Como Latinoamérica atraviesa crisis económicas y políticas constantes, la ciencia también se resiente.  
poesteban@gmail.com
Mientras las sociedades protectoras de animales, de modo radical, denuncian “el asesinato indiscriminado de seres vivos”; la ciencia, por su parte, busca explicar lo de siempre otra vez: cualquier antibiótico, vacuna o remedio que los médicos suministran a sus pacientes requiere –previamente– ser testeado para evitar futuros efectos nocivos. Y si los ensayos no se realizan en roedores y peces, ¿quién debería tomar su lugar? La humanidad no debe olvidar que hace apenas un puñado de décadas, el nazismo decidió ahorrar tiempo y los experimentos se practicaron en humanos. Así, figuras como Carl Clauberg, Albert Widmann, Joachim Mrugowsky y Josef Mengele, entre tantos otras, quedarán grabadas en la memoria colectiva por cometer las atrocidades más inimaginables: desde la dirección de programas de eutanasia y el diseño de cámaras de gas, hasta la infección de prisioneros con clavos oxidados y vidrios, para recrear las heridas que sufrían los soldados alemanes durante la guerra y conseguir sanarlos más rápidamente.   
En este marco, como el empleo de animales no puede evitarse, la ciencia tiene la obligación de controlar y regular los experimentos bajo protocolos de buenas costumbres y métodos que tiendan a reemplazar, reducir y refinar su uso. Desde aquí, Jimena Prieto –doctora en Ciencias Básicas y Aplicadas e investigadora del Conicet en el Laboratorio de Biomembranas de la Universidad Nacional de Quilmes– participa de la Comisión de Bioterio de la UNQ y promueve cursos de capacitación para “desarrollar el sentido crítico de los científicos y la conciencia ética suficiente para fomentar un uso controlado de las especies”.  
–A muchos investigadores les cuesta describir sus experimentos cuando involucran animales. Es un tema tabú…
–Sí, porque despierta sensaciones encontradas. De hecho, existen movimientos colectivos que se oponen a la utilización de animales en laboratorios. Se trata de grupos radicales que, incluso, muchas veces causan problemas e interrumpen los congresos y jornadas. Lo que a menudo les explicamos es que el empleo de animales es una realidad de la que no podemos escapar, ya que cualquier medicamento que las personas reciban debe ser previamente testeado. De lo contrario, como en algunas ocasiones ha ocurrido, pueden causar graves problemas de toxicidad.
–Sin embargo, existen productos médicos cuyas etiquetas aseguran: “No testeados en animales”. ¿Qué sucede en estos casos?
–En general, utilizan fórmulas que fueron copiadas de experimentos que, necesariamente, sí fueron testeados en animales. 
–Si no se puede dejar de usar animales, ¿qué es posible hacer al respecto?
–Trabajar con la mayor ética posible. Si bien en el pasado se realizaban experimentos sin supervisión de ningún tipo, en la actualidad se respetan protocolos consensuados por la comunidad científica para que la decisión sobre qué hacer no dependa exclusivamente del criterio de cada investigador.    
–¿Qué protocolos?
–Se trata de controles internos. En las diferentes universidades existen comisiones que evalúan el cumplimiento de normas de buenas costumbres, basadas en reglas generadas y respetadas en el marco internacional. Por ejemplo, antes de la utilización de animales se deben realizar ensayos para cumplir con el principio de las “3R”: Reemplazo (métodos que ayuden a evitar o reemplazar el uso de animales), Reducción (métodos que ayuden a reducir el número) y Refinamiento (métodos que ayuden a disminuir el dolor). Desde aquí, se emplean analgésicos específicos si tienen que ser sometidos a cirugías, se reflexiona acerca de cómo será el cuidado, por cuánto tiempo serán sometidos, cómo será el punto final. 
–Algunos animales funcionan como modelos de experimentación. Cuénteme por qué. 
–Se utilizan ratas y ratones porque son mamíferos cuyos comportamientos son bastantes representativos y ayudan a proyectar lo que luego ocurrirá en humanos. Históricamente, los científicos desarrollan una idea; luego, confeccionan un diseño y lo testean en un cultivo celular. Más tarde, el compuesto –supongamos una fármaco antitumoral– se prueba en roedores.
–No obstante, usted trabaja en un modelo intermedio: el pez cebra.
–Sí, trabajo con larvas del pez cebra como modelo intermedio para evitar el uso inmediato de roedores que, tal vez, me generaban más empatía de la aconsejable. Y, además, funciona muy bien para probar si un fármaco genera hepatotoxicidad (daños en el hígado), o bien, cardiotoxicidad (daños en el corazón). Con los datos que se extraen de las larvas se reducen las pruebas que en el paso siguiente se harán en mamíferos. Más adelante, se sigue con estudios que comúnmente hacen las farmacéuticas, para evaluar otros aspectos, como la capacidad de escalamiento industrial del fármaco.     
–¿Qué se prueba en roedores?
–Se examina la eficiencia de los tratamientos. Por ejemplo, si el fármaco es para tratar cáncer, se induce un tumor en los ratones y luego se suministra el medicamento diseñado para observar cómo responde. Si el proceso funciona, se realiza un convenio con alguna empresa interesada en producirlo a gran escala. A partir de aquí se hacen los estudios clínicos y preclínicos, en muchos casos, con personas que están dispuestas a participar de los ensayos. En general, son pacientes que ya no responden a tratamientos tradicionales y dan su consentimiento para probar una nueva estrategia terapéutica. 
–¿Y qué pasa con los primates? Nuestra mirada es tan antropocéntrica que la preocupación se incrementa a medida que los animales en cuestión se parecen más a los humanos…
–Al menos en Argentina, no conozco ningún laboratorio que utilice primates de ningún tipo; aunque todavía quedan centros internacionales muy específicos que los emplean. Por otra parte, estoy de acuerdo: cuesta más realizar experimentos en aquellos animales que se parecen más a los humanos, porque nos generan mayores grados de empatía. De hecho, comencé a utilizar el modelo de pez cebra porque ya no quería emplear roedores. Me encariñaba más de la cuenta. 
–Y eso dificultaba el trabajo.
–Sí, claro. Además, como en todos los ámbitos, hay tantas decisiones como personas: algunos científicos se rehúsan a trabajar con animales y prefieren investigar en plantas; otros optan por la experimentación computacional; y los restantes no tienen ningún problema en utilizarlos y está bien. En mi caso decidí cambiar.   
–El clima se espesa cuando, después de la experimentación, sobreviene la eutanasia.
–Claro. Luego de los experimentos se realiza el punto final de los animales porque ya no pueden ser reutilizados; y, sin dudas, es una sensación horrible para los científicos. A menudo los investigadores se llevan a las ratas o los peces a sus casas y los adoptan como mascotas. 
–El conflicto está planteado: los experimentos hay que hacerlos, o bien con animales, o bien en humanos…
–En un momento de la historia no tan lejano fue con humanos. Durante el nazismo, los científicos hacían sus experimentos con las personas que estaban recluidas en los campos de concentración. No hace tantas décadas cualquier científico practicaba experimentos sin respetar protocolos de ninguna clase y sin saber que los animales podían sufrir. Hoy la realidad es bastante diferente, ya que se trata de limitar el dolor mediante estrategias explícitas y reglas claras. Me encantaría que no hubiera testeo en animales, pero cuando mi hijo está enfermo quiero suministrarle un corticoide, un antibiótico o una vacuna con la tranquilidad de saber que son respuestas seguras y que no serán tóxicos ni perjudicarán su salud. 
–¿Cuál es el estado de los bioterios en Argentina?
–En el pasado, un bioterio podía ser un cuarto adentro del mismo laboratorio del investigador. Por supuesto que todos los casos son particulares y que el presente presupuestario del sistema científico local complejiza las cosas. Sin embargo, en la actualidad, el ideal internacional promueve el diseño de espacios con temperaturas e iluminación controladas, con estructuras acordes con los niveles de seguridad requeridos (dependiendo de los patógenos que se manipulen en cada caso) y con aire purificado –entre otros tantos requisitos– tanto para el bienestar de los animales como para asegurar la eficacia de los ensayos. 
–Los científicos argentinos está acostumbrados a arreglárselas con poco. Eso es evidente cuando viajan para estadías de investigación a otros países y descubren un mundo de posibilidades… 
–Hemos desarrollado al máximo nuestras capacidades de improvisación. Ante la falta de presupuesto –en relación con lo que ocurre en los laboratorios más importantes de Europa o Estados Unidos– diseñamos soluciones caseras y nos arreglamos con poco. Como Latinoamérica atraviesa crisis económicas y políticas constantes, la ciencia también se resiente.  
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