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Leila Guerriero, la cazadora de historias

17/08 |

 

La reconocida periodista y escritora fue la primera invitada al ciclo de entrevistas “Pensamiento Contemporáneo” auspiciado por las Facultades de Ciencia Política y Humanidades y Artes de la UNR.
En el Foyer del Teatro El Círculo.La reconocida periodista y escritora fue la primera invitada al ciclo de entrevistas “Pensamiento Contemporáneo” auspiciado por las Facultades de Ciencia Política y Humanidades y Artes de la UNR.

 

 

El padre le enseñó a cazar desde chica, en su Junín natal. Después se conviritó en periodista y escritora y hoy se autodefine como una predadora al momento de investigar las historias que después contará. Inició su carrera en 1991 y, desde entonces, no paró de publicar artículos en diarios de diferentes países como La Nación; El País, de España; El Mercurio, de Chile; L'Iternazionale, de Italia o El Malpensante, de Colombia.
En el campo de la literatura se especializó en la narrativa de no ficción y entre sus obras se encuentran "Los suicidas del fin del mundo" (2005), la compilación de crónicas "Frutos extraños" (2009), “Los malditos” (2011), "Plano americano" (2013), una colección de 21 perfiles de personalidades de la cultura de España y Latinoamérica, “Una historia sencilla” (2013) y “Zona de obras” (2015)
Invitada a participar del ciclo de entrevistas “Pensamiento Contemporáneo” en el Teatro El Círculo, durante dos horas dialogó con Cristian Alarcón, director de la revista Anfibia y del posgrado en Periodismo Cultural de la Universidad Nacional de La Plata.
¿Estabas preparada cuando llegaste a Las Heras y te enfrentaste a la historia de los 12 jóvenes que se suicidaron entre 1998 y 1999? (En referencia a su primer libro “Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico”)
Estaba preparada porque es un problema que me interesa mucho desde lo filosófico, pensar en el hombre parado frente a su muerte y dando ese salto al vacío . También  me apasionan los escritores suicidas, como Cesare Pavese. Viví obsesionada con las últimas frases de su diario: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más” y pensando que después estuvo siete días más caminando por Turín con la decisión tomada, como un muerto vivo.  Ante la pregunta ¿por qué se matan? no existe una respuesta. Intenté reconstruir las vidas de los chicos de ese pueblo y ser la mejor escucha para sus familiares. 
¿Aprendiste a escuchar en ese momento o ya tenías entrenado el oído?
Ya lo tenía entrenado con las entrevistas que había hecho para Página 30. Soy periodista de oficio y siempre fui muy ávida de los relatos familiares, preguntaba mucho y me encantaba que me contaran historias.
¿Qué recordás de aquel momento?
Fui con la idea de escribir un artículo largo y después con el tiempo se volvió libro. Recuerdo con mucha claridad la perturbación que me producía ir llegando a ese pueblo en un micro muy precario, rodeada de un paisaje patagónico bastante desolador. Los piqueteros habían cortado la ruta, así que estaba aislada y pasé cuatro días tensos. El aislamiento me provocaba destellos de desesperación y me devolvía a un estado infantil de desprotección, de abandono. No había internet ni celular y  el viento tiraba los cables de teléfono.
¿Mientras transcurrían estos hechos eras consciente del efecto literario dramático que podían producir?
Cuando estoy en plan investigación o trabajo de campo, no me detengo, soy una especie de predador. Sumo, acumulo y después voy desgravando las entrevistas para retomar las historias. La trama se va dibujando y encontrando el sentido cuando reveo ese material, como un estudiante que repasa sus apuntes con un lápiz.
¿Cuál es la diferencia entre las fuentes de un cronista y las de un periodista de investigación?
La fuente de un cronista suele ser “on the record”. Por el contrario, en el periodismo de investigación la fuente ni siquiera forma parte del trabajo, queda como resguardada. Yo no sabría cómo resguardar esos pactos, hago un trabajo genuino. Lo interesante es que el otro te empiece a ver como una buena escucha, un buen vehículo para su historia y que no se sienta juzgado.
¿Cómo hacés para que no se sienta  juzgado?
Hay una manera de escuchar y una postura física. Yo miro mucho a los ojos y cuando el otro encuentra mi mirada, el mensaje es: “Estoy acá”, “Decí lo que tengas ganas”. Hay que preguntar de manera interesante y que no haya una conclusión, como por ejemplo: “Te debes haber sentido mal cuando…” Hace poco entrevisté a una persona durante cinco horas y casi no hablé. El arte de entrevistar tiene algo de psicoanalítico, una vez que está aceptado el pacto tácito que  me permite entrar en la vida del otro por un tiempo, ya está.
¿Qué cambió de la Leila que caminaba por Las Heras a la cronista de hoy?
Era probablemente más inconsciente del desgaste físico, del cansancio del cuerpo. No cambié el método de trabajo pero con ese primer libro se inauguró un estilo de escritura que no estaba antes. Yo escribía con puntillas, moño, canesú, manga abullonada, aros y ahora el estilo es minimalista. En ese libro se inauguró una prosa mucho más desértica, austera.  
Escribiste sobre los viajes y distinguiste entre el tránsito de un cronista y el de un turista…
Hay dos formas en las que me gusta viajar: cuando voy a buscar una historia para contar, por ejemplo la de los suicidios en Las Heras, las altas tasas de epidemia de HIV en Zmbaue o la escasez de agua en el desierto de Atacama, Chile. Me da mucha  adrenalina tener un tiempo limitado para encontrar a la gente y si bien hay cuestiones que se pueden pre producir, la historia se levanta del piso cuando estás es en lugar.
La otra forma de viajar que me gusta es con mi pareja, de mochileros a un lugar donde no tengamos nada, en un estado salvaje. Esto me despierta la pulsión de irme y no volver. En esas travesías no escribo pero leo. Llevo unos treinta libros fotocopiados que voy dejando al tiempo que los termino para alivianar el equipaje.
¿Cómo debe mirar el cronista?
Hay que mirar todo, lo grande y lo pequeño. Hace muchos años hice una nota sobre una chica trans que tenía el apoyo de su familia y amigos. Durante una entrevista que le realicé a su hermana, observé que todas las puertas de la casa tenían un parche. Ante mi consulta sobre el motivo, me explicó que eran de cuando su padre pateaba las puertas. Si bien no parecía una familia disfuncional, este hecho descubrió varias cosas. Si miras al ras del piso, podes descubrir lo que hay debajo de la cama.
Desde una perspectiva genealógica de la crónica, ¿qué es lo verdaderamente importante?
Es importante conocer la tradición. Hay muchos recursos que se utilizan como si fueran nuevos creyendo que son la gran revelación cuando en realidad ya fueron utilizados por  Julio Camba, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Tomas Eloy Martínez, Juan José Hernández Arregui, Lucio Mansilla o Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Hoy en día la crónica es un fenómeno latinoamericano y no basta con la mirada argentina.
¿Considerás que los talleres tienen alguna influencia en las producciones de crónicas?
Creo que los talleres de ficción, con un largo recorrido, tuvieron una gran influencia en la literatura y en la construcción de voces que salieron de los mismos. Por otro lado, los de nuevo periodismo latinoamericano ya dejaron una huella: la de generar consciencia que no da lo mismo escribir de cualquier forma e incentivar a muchos que estaban apoltronados en sus trabajos a que se dediquen a la crónica de calidad. Además se formó una gran red de cronistas latinoamericanos.
Proponés por un lado la honestidad brutal y por otro, el control del ego…
Todos tenemos ego y, en una profesión como esta, sin él no podríamos escribir una línea pero hay que poner el ego donde vale la pena, en el papel. El envalentonamiento debe estar ahí a la hora de entregar un trabajo y saber que será el mundo el que diga si está bien o mal.
A tus alumnos solías decirles que sean invisibles. ¿Cómo se consigue la invisibilidad?
Con la permanencia. Si me propongo entrevistar a alguien, tengo una actitud corporal discreta y trabajo mucho la escucha. De esta forma, empiezo a convertirme en un ser transparente para el otro. Hay una parte agradable de entregarse a un periodista interesado en escuchar la historia. Durante el tiempo que dura esa relación, el otro suele creer que también sabe un montón de cosas de vos pero en realidad no es así porque casi nunca  hace preguntas.
¿En la historia del bailarín de malambo Rodolfo González Alcántara pasó eso? (En referencia al libro "Una historia sencilla", publicado en 2013).
El confiaba mucho en mí y sé que estuve en momentos de su vida en los que no debería haber estado. Por ejemplo, cuando él se quedó solo en su camarín leyendo la biblia, concentrándose y escuchando Almafuerte antes de salir a ejecutar sobre el escenario un baile en el que se jugaba la vida. Si perdía, iba a implicar otro año de sacrificio, invertir el dinero que no tenía en entrenamiento, en comida de calidad. En ese momento le dijo a su entrenador y a su mujer que lo dejaran solo, yo estaba sentada en un rincón del camarín y bajé la cara, no lo miré y cerró la puerta.
Nunca vi un tipo tan solo, tan desnudo, pero los dos sabíamos que eso era necesario para que pueda contar su historia. Después, cuando presentamos el libro, me dijo que ese momento del camarín le produjo mucha impotencia por no poder echarme, era un pacto tácito. Yo por un lado tenía mi historia pero también la estaba poniendo el riesgo si él no podía concentrarse por mi presencia.  Apostamos y salió bien.
Cuando Rodolfo bailó yo iba escribiendo todo lo que me producía en mi libreta, palabras sueltas, que después terminaron en la descripción de ese malambo salvaje cargado de erotismo y atracción. El arte cuando te deslumbra es así, una pulsión erótica. En los libros siempre aparece ese momento que te despierta y encontras sentido al Universo. Esos momentos hacen que valga la pena vivir. La escritura es eso, más que la vida y es la única religión en la que creo.
¿Cómo definirías el bovarismo? (En referencia al artículo "El bovarismo, dos mujeres y un pueblo de La Pampa", publicado en “El  Malpensante”, de Colombia y galardonado con el Premio González-Ruano de Periodismo 2013)
La literatura contiene una verdad aunque sea ficción. “Madame Bovary” es un libro que dialoga mucho con mi vida y lo releo cada dos años. Cuando era chica no sabía cómo me iba a ganar la vida, estaba muy desorientada. Mi amiga María Luisa, en cambio, parecía más enfocada en cuanto a sus proyectos. Finamente,  fue ella la más bovarista de las dos y terminó su vida de forma trágica. Supe de la agonía de mi amiga por leer este libro y entender la asfixia y los espasmos. En mi caso concreté la fantasía de la Madame, tuve la vida que quería tener.
El padre le enseñó a cazar desde chica, en su Junín natal. Después se conviritó en periodista y escritora y hoy se autodefine como una predadora al momento de investigar las historias que después contará. Inició su carrera en 1991 y, desde entonces, no paró de publicar artículos en diarios de diferentes países como La Nación; El País, de España; El Mercurio, de Chile; L'Iternazionale, de Italia o El Malpensante, de Colombia.
En el campo de la literatura se especializó en la narrativa de no ficción y entre sus obras se encuentran "Los suicidas del fin del mundo" (2005), la compilación de crónicas "Frutos extraños" (2009), “Los malditos” (2011), "Plano americano" (2013), una colección de 21 perfiles de personalidades de la cultura de España y Latinoamérica, “Una historia sencilla” (2013) y “Zona de obras” (2015)
Invitada a participar del ciclo de entrevistas “Pensamiento Contemporáneo” en el Teatro El Círculo, durante dos horas dialogó con Cristian Alarcón, director de la revista Anfibia y del posgrado en Periodismo Cultural de la Universidad Nacional de La Plata.
¿Estabas preparada cuando llegaste a Las Heras y te enfrentaste a la historia de los 12 jóvenes que se suicidaron entre 1998 y 1999? (En referencia a su primer libro “Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico”)
Estaba preparada porque es un problema que me interesa mucho desde lo filosófico, pensar en el hombre parado frente a su muerte y dando ese salto al vacío . También  me apasionan los escritores suicidas, como Cesare Pavese. Viví obsesionada con las últimas frases de su diario: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más” y pensando que después estuvo siete días más caminando por Turín con la decisión tomada, como un muerto vivo.  Ante la pregunta ¿por qué se matan? no existe una respuesta. Intenté reconstruir las vidas de los chicos de ese pueblo y ser la mejor escucha para sus familiares. 
¿Aprendiste a escuchar en ese momento o ya tenías entrenado el oído?
Ya lo tenía entrenado con las entrevistas que había hecho para Página 30. Soy periodista de oficio y siempre fui muy ávida de los relatos familiares, preguntaba mucho y me encantaba que me contaran historias.
¿Qué recordás de aquel momento?
Fui con la idea de escribir un artículo largo y después con el tiempo se volvió libro. Recuerdo con mucha claridad la perturbación que me producía ir llegando a ese pueblo en un micro muy precario, rodeada de un paisaje patagónico bastante desolador. Los piqueteros habían cortado la ruta, así que estaba aislada y pasé cuatro días tensos. El aislamiento me provocaba destellos de desesperación y me devolvía a un estado infantil de desprotección, de abandono. No había internet ni celular y  el viento tiraba los cables de teléfono.
¿Mientras transcurrían estos hechos eras consciente del efecto literario dramático que podían producir?
Cuando estoy en plan investigación o trabajo de campo, no me detengo, soy una especie de predador. Sumo, acumulo y después voy desgravando las entrevistas para retomar las historias. La trama se va dibujando y encontrando el sentido cuando reveo ese material, como un estudiante que repasa sus apuntes con un lápiz.
¿Cuál es la diferencia entre las fuentes de un cronista y las de un periodista de investigación?
La fuente de un cronista suele ser “on the record”. Por el contrario, en el periodismo de investigación la fuente ni siquiera forma parte del trabajo, queda como resguardada. Yo no sabría cómo resguardar esos pactos, hago un trabajo genuino. Lo interesante es que el otro te empiece a ver como una buena escucha, un buen vehículo para su historia y que no se sienta juzgado.
¿Cómo hacés para que no se sienta  juzgado?
Hay una manera de escuchar y una postura física. Yo miro mucho a los ojos y cuando el otro encuentra mi mirada, el mensaje es: “Estoy acá”, “Decí lo que tengas ganas”. Hay que preguntar de manera interesante y que no haya una conclusión, como por ejemplo: “Te debes haber sentido mal cuando…” Hace poco entrevisté a una persona durante cinco horas y casi no hablé. El arte de entrevistar tiene algo de psicoanalítico, una vez que está aceptado el pacto tácito que  me permite entrar en la vida del otro por un tiempo, ya está.
¿Qué cambió de la Leila que caminaba por Las Heras a la cronista de hoy?
Era probablemente más inconsciente del desgaste físico, del cansancio del cuerpo. No cambié el método de trabajo pero con ese primer libro se inauguró un estilo de escritura que no estaba antes. Yo escribía con puntillas, moño, canesú, manga abullonada, aros y ahora el estilo es minimalista. En ese libro se inauguró una prosa mucho más desértica, austera.  
Escribiste sobre los viajes y distinguiste entre el tránsito de un cronista y el de un turista…
Hay dos formas en las que me gusta viajar: cuando voy a buscar una historia para contar, por ejemplo la de los suicidios en Las Heras, las altas tasas de epidemia de HIV en Zmbaue o la escasez de agua en el desierto de Atacama, Chile. Me da mucha  adrenalina tener un tiempo limitado para encontrar a la gente y si bien hay cuestiones que se pueden pre producir, la historia se levanta del piso cuando estás es en lugar.
La otra forma de viajar que me gusta es con mi pareja, de mochileros a un lugar donde no tengamos nada, en un estado salvaje. Esto me despierta la pulsión de irme y no volver. En esas travesías no escribo pero leo. Llevo unos treinta libros fotocopiados que voy dejando al tiempo que los termino para alivianar el equipaje.
¿Cómo debe mirar el cronista?
Hay que mirar todo, lo grande y lo pequeño. Hace muchos años hice una nota sobre una chica trans que tenía el apoyo de su familia y amigos. Durante una entrevista que le realicé a su hermana, observé que todas las puertas de la casa tenían un parche. Ante mi consulta sobre el motivo, me explicó que eran de cuando su padre pateaba las puertas. Si bien no parecía una familia disfuncional, este hecho descubrió varias cosas. Si miras al ras del piso, podes descubrir lo que hay debajo de la cama.
Desde una perspectiva genealógica de la crónica, ¿qué es lo verdaderamente importante?
Es importante conocer la tradición. Hay muchos recursos que se utilizan como si fueran nuevos creyendo que son la gran revelación cuando en realidad ya fueron utilizados por  Julio Camba, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Tomas Eloy Martínez, Juan José Hernández Arregui, Lucio Mansilla o Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Hoy en día la crónica es un fenómeno latinoamericano y no basta con la mirada argentina.
¿Considerás que los talleres tienen alguna influencia en las producciones de crónicas?
Creo que los talleres de ficción, con un largo recorrido, tuvieron una gran influencia en la literatura y en la construcción de voces que salieron de los mismos. Por otro lado, los de nuevo periodismo latinoamericano ya dejaron una huella: la de generar consciencia que no da lo mismo escribir de cualquier forma e incentivar a muchos que estaban apoltronados en sus trabajos a que se dediquen a la crónica de calidad. Además se formó una gran red de cronistas latinoamericanos.
Proponés por un lado la honestidad brutal y por otro, el control del ego…
Todos tenemos ego y, en una profesión como esta, sin él no podríamos escribir una línea pero hay que poner el ego donde vale la pena, en el papel. El envalentonamiento debe estar ahí a la hora de entregar un trabajo y saber que será el mundo el que diga si está bien o mal.
A tus alumnos solías decirles que sean invisibles. ¿Cómo se consigue la invisibilidad?
Con la permanencia. Si me propongo entrevistar a alguien, tengo una actitud corporal discreta y trabajo mucho la escucha. De esta forma, empiezo a convertirme en un ser transparente para el otro. Hay una parte agradable de entregarse a un periodista interesado en escuchar la historia. Durante el tiempo que dura esa relación, el otro suele creer que también sabe un montón de cosas de vos pero en realidad no es así porque casi nunca  hace preguntas.
¿En la historia del bailarín de malambo Rodolfo González Alcántara pasó eso? (En referencia al libro "Una historia sencilla", publicado en 2013).
El confiaba mucho en mí y sé que estuve en momentos de su vida en los que no debería haber estado. Por ejemplo, cuando él se quedó solo en su camarín leyendo la biblia, concentrándose y escuchando Almafuerte antes de salir a ejecutar sobre el escenario un baile en el que se jugaba la vida. Si perdía, iba a implicar otro año de sacrificio, invertir el dinero que no tenía en entrenamiento, en comida de calidad. En ese momento le dijo a su entrenador y a su mujer que lo dejaran solo, yo estaba sentada en un rincón del camarín y bajé la cara, no lo miré y cerró la puerta.
Nunca vi un tipo tan solo, tan desnudo, pero los dos sabíamos que eso era necesario para que pueda contar su historia. Después, cuando presentamos el libro, me dijo que ese momento del camarín le produjo mucha impotencia por no poder echarme, era un pacto tácito. Yo por un lado tenía mi historia pero también la estaba poniendo el riesgo si él no podía concentrarse por mi presencia.  Apostamos y salió bien.
Cuando Rodolfo bailó yo iba escribiendo todo lo que me producía en mi libreta, palabras sueltas, que después terminaron en la descripción de ese malambo salvaje cargado de erotismo y atracción. El arte cuando te deslumbra es así, una pulsión erótica. En los libros siempre aparece ese momento que te despierta y encontras sentido al Universo. Esos momentos hacen que valga la pena vivir. La escritura es eso, más que la vida y es la única religión en la que creo.
¿Cómo definirías el bovarismo? (En referencia al artículo "El bovarismo, dos mujeres y un pueblo de La Pampa", publicado en “El  Malpensante”, de Colombia y galardonado con el Premio González-Ruano de Periodismo 2013)
La literatura contiene una verdad aunque sea ficción. “Madame Bovary” es un libro que dialoga mucho con mi vida y lo releo cada dos años. Cuando era chica no sabía cómo me iba a ganar la vida, estaba muy desorientada. Mi amiga María Luisa, en cambio, parecía más enfocada en cuanto a sus proyectos. Finamente,  fue ella la más bovarista de las dos y terminó su vida de forma trágica. Supe de la agonía de mi amiga por leer este libro y entender la asfixia y los espasmos. En mi caso concreté la fantasía de la Madame, tuve la vida que quería tener.

Fuente: Universidad Nacional del Córdoba.

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