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La lengua de las mujeres

19/11 |

 

En la sala Casacuberta del San Martín se puede ver una nueva versión de Cae la noche tropical, la última novela de Manuel Puig adaptada para teatro por Santiago Loza y Pablo Messiez. Con Ingrid Pelicori y Leonor Manso como Nidia y Luci, la puesta logra conjurar y recrear la poesía involuntaria de las charlas entre señoras, atravesadas por viejas penas de la vida y el amor.
La última novela de Manuel Puig adaptada para teatroEn la sala Casacuberta del San Martín se puede ver una nueva versión de Cae la noche tropical, la última novela de Manuel Puig adaptada para teatro por Santiago Loza y Pablo Messiez. Con Ingrid Pelicori y Leonor Manso como Nidia y Luci, la puesta logra conjurar y recrear la poesía involuntaria de las charlas entre señoras, atravesadas por viejas penas de la vida y el amor.

 

 

¿Qué mejor momento para relatar la vida como una película que a su fin? Cuando ya pasó la rompiente y se llegó a la parte calma, cuando los proyectos deben ser breves y, el recorrido hecho, un océano entero. Parece ser el momento en que el cuerpo y la mente están más escindidos que nunca: el cuerpo permanece más bien quieto o se desplaza con pasitos achacosos mientras que la mente vuela soberana por recuerdos y pensamientos, de acá para allá. Nidia y Luci están en ese momento. Tienen el tiempo todo para ellas y para hablar y hablar. De su vida y la de los otros, a los que miran como si se tratara de una película. Así es la trama de Cae la noche tropical, novela de Manuel Puig que Santiago Loza y Pablo Messiez adaptaron para el teatro. Dos señoras octogenarias, que al calor de unos vasitos de anís, pasan y repasan sus asuntos y los de una vecina paseandera que espían con fruición.
Cae la noche tropical es la última novela de Manuel Puig y muchos de los elementos de la que está hecha se basan en su propia vida. Luci y Nidia son un poco su mamá y su tía Carmen, que vivieron con él en Río de Janeiro en 1986. Carmen era la última y más querida hermana sobreviviente de su madre, nada menos que la conversadora tía cuya voz –según contó el mismo– detonó el arranque de la primera novela de Puig, La traición de Rita Hayworth. La novela empieza con la voz de esta señora. 
La obra teatral transcurre en la hermosa sala Casacuberta del Teatro San Martín. Nos encontramos a Nidia y Luci rodeadas por todos los flancos de plantas tropicales, inclusive una palmera. El espacio –creado por Mariana Tirantte– con algo de maqueta y algo de casa de muñecas frontal, recrea las líneas rectas de una casa de Copacabana en los años 80. A medida que narran sus historias, Nidia –interpretada por Leonor Manso– y Luci –por Ingrid Pelicori– van pasando por todos los estados anímicos: de la euforia a la angustia. Dos colosas de las tablas que encaran a estas ancianas con todo el patetismo, la picardía, la inocencia y el humor posibles. En sus pequeños movimientos  –del living a la a la cocina donde cucharear un budín de pan, o al balcón donde regar nuevamente las plantas– se ve la astucia y la sensibilidad de la dirección de Pablo Messiez. Logra con variaciones mínimas generar situaciones dramáticas que renuevan la experiencia del espectador y le permiten seguir sumergido en ese universo que se trama en las palabras.
Y es que en las palabras está la voz inconfundible de Puig. Y su imbatible oído para la oralidad, particularmente para la lengua de mujeres de pueblo y también de mundo, sobre todo de ese que se colaba a través de las pantallas del cine. Y ¿qué mejor que Santiago Loza para adaptarlo, acaso el mejor heredero de ese oído, el que mejor entiende las angustias de las mujeres de antes, el que mejor recrea la poesía involuntaria de las charlas entre señoras atravesadas por viejas penas de la vida y el amor?
Puig escribió alguna vez refiriéndose a Cae la noche tropical: “Por primera vez tengo cerca de mi unas personas que han entrado en la épica de la vejez. Me he dado cuenta de que la vejez es la edad épica por excelencia, porque todos los días echas un pulso con la muerte. A esa edad ya no eres dueño de tu futuro próximo. Todo tiene que ser consultado con la muerte.” Al mismo tiempo, estas señoras no están solas. Miran permanentemente lo que hace Silvita, la vecina joven, a quien fisgonean como James Stewart? en La ventana indiscreta, pero con también comparte mates y –qué otra cosa sino– conversaciones. Silvita es una psicóloga argentina, una mujer de otra generación que las enfrenta con los cambios, el paso del tiempo, las nuevas formas que tienen los vínculos en ese presente. Al mismo tiempo ella es terriblemente dramática en sus penas de amor. Da la sensación de vivir un melodrama continuo, una suerte de telenovela que las ancianas sintonizan desde su balcón. El tono que la actriz Fernanda Orazi le imprime a sus palabras refuerza esta idea: ondulante, ampuloso, intenso. 
La conexión con ellas es inmediata y entrañable. Porque como dijo Puig cuando la presentó en 1990, esta es una novela sobre”cómo los viejos necesitan a alguien joven a quien amar”.
Sin duda lo que mantiene en pie la obra son los personajes de estas estrafalarias y queribles ancianas. En ningún momento nos permiten aburrirnos de su catarata de quejas de dolores físicos, de las cosas que ya no pueden comer, de las personas que perdieron. Siempre risueñas, ellas mismas reflexionan de este modo de ser suyo tan “dicharachero”, diferente al de las chicas de ahora que se permiten la indiferencia o la sobriedad. “Nosotras éramos como… simpáticas profesionales”, comentan. Y así es. Adictas a la vida, lo son también del chisme, porque como siempre criticar une y divierte, buscan a  través de la charla el color, la intensidad que permita que pasen las horas del día. Es eso mismo que producen en el que mira: el efecto hipnótico del paso del tiempo en una conversación. 
Da la sensación de que el título de la novela escrita por Manuel Puig en 1988 ya anticipara varias cosas. Por un lado la melancolía de la cercanía de la muerte, el final de las divas que tanto había amado, toda una época que languidecía. Y da la sensación de que también anticipaba una versión teatral:  como si pudiéramos leer Cae la noche tropical como una didascalia, una acotación escénica, como la mítica caída del telón en el último acto de una obra. Aquí lo que llega, lo que cae, es la calidez de una noche que una vez instalada, ya no se irá.  
¿Qué mejor momento para relatar la vida como una película que a su fin? Cuando ya pasó la rompiente y se llegó a la parte calma, cuando los proyectos deben ser breves y, el recorrido hecho, un océano entero. Parece ser el momento en que el cuerpo y la mente están más escindidos que nunca: el cuerpo permanece más bien quieto o se desplaza con pasitos achacosos mientras que la mente vuela soberana por recuerdos y pensamientos, de acá para allá. Nidia y Luci están en ese momento. Tienen el tiempo todo para ellas y para hablar y hablar. De su vida y la de los otros, a los que miran como si se tratara de una película. Así es la trama de Cae la noche tropical, novela de Manuel Puig que Santiago Loza y Pablo Messiez adaptaron para el teatro. Dos señoras octogenarias, que al calor de unos vasitos de anís, pasan y repasan sus asuntos y los de una vecina paseandera que espían con fruición.
Cae la noche tropical es la última novela de Manuel Puig y muchos de los elementos de la que está hecha se basan en su propia vida. Luci y Nidia son un poco su mamá y su tía Carmen, que vivieron con él en Río de Janeiro en 1986. Carmen era la última y más querida hermana sobreviviente de su madre, nada menos que la conversadora tía cuya voz –según contó el mismo– detonó el arranque de la primera novela de Puig, La traición de Rita Hayworth. La novela empieza con la voz de esta señora. 
La obra teatral transcurre en la hermosa sala Casacuberta del Teatro San Martín. Nos encontramos a Nidia y Luci rodeadas por todos los flancos de plantas tropicales, inclusive una palmera. El espacio –creado por Mariana Tirantte– con algo de maqueta y algo de casa de muñecas frontal, recrea las líneas rectas de una casa de Copacabana en los años 80. A medida que narran sus historias, Nidia –interpretada por Leonor Manso– y Luci –por Ingrid Pelicori– van pasando por todos los estados anímicos: de la euforia a la angustia. Dos colosas de las tablas que encaran a estas ancianas con todo el patetismo, la picardía, la inocencia y el humor posibles. En sus pequeños movimientos  –del living a la a la cocina donde cucharear un budín de pan, o al balcón donde regar nuevamente las plantas– se ve la astucia y la sensibilidad de la dirección de Pablo Messiez. Logra con variaciones mínimas generar situaciones dramáticas que renuevan la experiencia del espectador y le permiten seguir sumergido en ese universo que se trama en las palabras.
Y es que en las palabras está la voz inconfundible de Puig. Y su imbatible oído para la oralidad, particularmente para la lengua de mujeres de pueblo y también de mundo, sobre todo de ese que se colaba a través de las pantallas del cine. Y ¿qué mejor que Santiago Loza para adaptarlo, acaso el mejor heredero de ese oído, el que mejor entiende las angustias de las mujeres de antes, el que mejor recrea la poesía involuntaria de las charlas entre señoras atravesadas por viejas penas de la vida y el amor?
Puig escribió alguna vez refiriéndose a Cae la noche tropical: “Por primera vez tengo cerca de mi unas personas que han entrado en la épica de la vejez. Me he dado cuenta de que la vejez es la edad épica por excelencia, porque todos los días echas un pulso con la muerte. A esa edad ya no eres dueño de tu futuro próximo. Todo tiene que ser consultado con la muerte.” Al mismo tiempo, estas señoras no están solas. Miran permanentemente lo que hace Silvita, la vecina joven, a quien fisgonean como James Stewart? en La ventana indiscreta, pero con también comparte mates y –qué otra cosa sino– conversaciones. Silvita es una psicóloga argentina, una mujer de otra generación que las enfrenta con los cambios, el paso del tiempo, las nuevas formas que tienen los vínculos en ese presente. Al mismo tiempo ella es terriblemente dramática en sus penas de amor. Da la sensación de vivir un melodrama continuo, una suerte de telenovela que las ancianas sintonizan desde su balcón. El tono que la actriz Fernanda Orazi le imprime a sus palabras refuerza esta idea: ondulante, ampuloso, intenso. 
La conexión con ellas es inmediata y entrañable. Porque como dijo Puig cuando la presentó en 1990, esta es una novela sobre”cómo los viejos necesitan a alguien joven a quien amar”.
Sin duda lo que mantiene en pie la obra son los personajes de estas estrafalarias y queribles ancianas. En ningún momento nos permiten aburrirnos de su catarata de quejas de dolores físicos, de las cosas que ya no pueden comer, de las personas que perdieron. Siempre risueñas, ellas mismas reflexionan de este modo de ser suyo tan “dicharachero”, diferente al de las chicas de ahora que se permiten la indiferencia o la sobriedad. “Nosotras éramos como… simpáticas profesionales”, comentan. Y así es. Adictas a la vida, lo son también del chisme, porque como siempre criticar une y divierte, buscan a  través de la charla el color, la intensidad que permita que pasen las horas del día. Es eso mismo que producen en el que mira: el efecto hipnótico del paso del tiempo en una conversación. 
Da la sensación de que el título de la novela escrita por Manuel Puig en 1988 ya anticipara varias cosas. Por un lado la melancolía de la cercanía de la muerte, el final de las divas que tanto había amado, toda una época que languidecía. Y da la sensación de que también anticipaba una versión teatral:  como si pudiéramos leer Cae la noche tropical como una didascalia, una acotación escénica, como la mítica caída del telón en el último acto de una obra. Aquí lo que llega, lo que cae, es la calidez de una noche que una vez instalada, ya no se irá.  
Fuente: Página 12. 

 

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