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Ballet de la UNCuyo: cuatro décadas después, la misma esencia
Vilma Rúpolo debuta como directora en el cuerpo de baile en el que inició su vida artística y que este año celebra su 40 aniversario. María Teresa Carrizo, su maestra y una de las fundadoras del organismo, es la invitada de lujo.
Su voz compone un adagio. Los matices, el tono, oscilan entre la suavidad y el énfasis preciso: “Estoy emocionada y feliz”, dice Vilma Rúpolo desde el otro lado del teléfono, durante el breve paréntesis que supone la proximidad de un estreno.
Los años de experiencia, esta vez, dejan lugar a las sensaciones, esas marcas que nos atraviesan en determinados aquí y ahora. Y en el caso de la bailarina, coreógrafa y actual directora del ballet de la UNCuyo, son intensas. Mañana, el ballet que dirige desde mayo pasado (el mismo en el que comenzó su vida artística) celebra en escena su aniversario número cuarenta.
“Es una función muy especial, realizada íntegramente por artistas mendocinos, y tiene a nuestra maestra como invitada de lujo”, sostiene en relevé lent. “La maestra” es María Teresa Carrizo, alma inquieta que refundó el cuerpo de baile universitario en 1971, continuando un camino que, dos décadas antes, había trazado Nina Verchinina, la Primera Bailarina del Ballet Russe Coronel De Basil.
En aquel entonces, la bailarina y coreógrafa hoy radicada en Miami, Estados Unidos, revitalizó el pulso escénico del organismo artístico, detenido durante diez años. Durante esa época formó a quienes hoy marcan las directrices coreográficas del cuerpo de baile: Rafaela Parejas, Oscar Álvarez, Guillermo Calvet, Marisa Manyegüi y la misma Rúpolo.
“El destino dio toda una vuelta, se cumplieron varios ciclos y hoy integro el equipo de dirección junto a mis antiguos compañeros. Para mí, es una forma de volver a los inicios”, desliza su directora.
Es que, tras gastar sus primeras puntas en el Ballet de la UNCuyo, la mendocina incursionó en el teatro y más tarde en el cruce imprevisible entre éste y la danza (de esta búsqueda surgió El Árbol, su compañía); y el último tiempo, se sintió cautivada por las nuevas tendencias.
Tras el viaje retrospectivo, sus palabras, en incesante movimiento, se elevan en el siguiente paso. “Una maestra es como una segunda madre”, baila la mujer de cabello rojo encendido -acaso metáfora perfecta de su fuerza creativa-.
-¿Cómo surgió la idea de volver a convocarla?
-Lo propuse cuando concursé por el cargo. María Teresa vino hace 15 años, cuando se cumplió el aniversario número 25 del ballet y me pareció maravilloso tenerla nuevamente con nosotros. No sabemos cuándo nos volveremos a ver, sobre todo ahora, que todos los de mi generación estamos grandes (risas).
-¿Qué programa diseñaron para el festejo?
-El programa es mixto y consta de tres partes; la primera es “Renacimiento del cisne”, una obra que diseñé para Eliana De Marco, que está embarazada; luego sigue una parte estrictamente clásica, con la suite del ballet “Paquita”, reposición de Mildred Francia, Oscar Álvarez y Sofía Tristán; y para el final quedan dos piezas populares: “Dos por cuatro, suite porteña”, de Enzo De Lucca y “Mariano Moreno, el sueño de la patria”, también con coreografía de Enzo.
-El ballet parece estar sólo destinado a los balletómanos, ¿se puede derribar esta idea preconcebida?
-La gente se sensibiliza cuando se acerca a este tipo de expresiones artísticas, que destilan sutileza y espiritualidad. El ballet no es popular por una cuestión histórica, pero la danza es un arte natural del ser humano y nosotros queremos que se expanda y adquiera masividad.
-¿A través de qué estrategias?
-Brindamos funciones didácticas todos los meses (a través de los programas “Bailando en las escuelas” y “La escuela va al teatro”) y tenemos previsto salir de gira por los departamentos. No queremos quedarnos en una torre de cristal sino compartir con la gente. El arte amplía los horizontes del ser humano, es un festejo y antídoto contra la violencia.
El adagio improvisado se detiene un instante, como dejando adivinar la última secuencia: “¿Escuchás esa música?” pregunta ella, mientras detrás se cuela, delicadamente, una obra
No, no paran y en medio de ese fragor cotidiano, en el que Vilma Rúpolo y otros tantos, tantísimos corazones anónimos, dignifican el sentido del arte, la bailarina y coreógrafa se aferra a su máxima expresión de deseo: “La comunidad tiene que conocer y amar a sus artistas, que no son bien pagados ni reconocidos. Quiero defender el arte”.
Fuente: Los Andes