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Un día en el circo: así es la vida en la fábrica de ilusiones
Detrás de las bambalinas se tejen historias nómades que crecen y se multiplican alrededor de la gigantesca carpa multicolor.
Es como un pueblo, pero en miniatura. Las casas son los remolques, las calles son de tierra y los vecinos viven alrededor de una carpa, que es su lugar de trabajo. El dueño es como el intendente y a él acuden cuando hay problemas.
La vida del circo despierta en los de afuera miles de preguntas: ¿son todos parientes? ¿Se casan entre ellos? ¿Comen todos juntos? La respuesta para todas estas preguntas es la misma: no.
La actividad comienza temprano en esta escuela intensiva de acrobacias e ilusión. Una tarde para conocer cómo viven y qué hacen es poco, pero ellos están dispuestos a abrir las puertas de ese gran hogar itinerante para conocer el detrás de escena. Aunque no sean todos parientes hay algo que los hermana y los hace sentir como una gran familia: el circo. "Los que gastan un par de zapatos sobre el escenario no lo dejan más", sintetiza Enrique Zipitría, el dueño, quien asegura que una de las mayores virtudes del circo es mantener unida a la familia.
En este pueblo de 50 personas se entrelazan historias, anécdotas y sueños. En cada grupo familiar es normal que haya un cordobés, un bonaerense, un uruguayo o un chileno. Los hijos van naciendo durante la gira. Los más chicos corretean, juegan entre las bambalinas, se cuelgan de los aros y hacen piruetas. Les piden a sus padres que los dejen actuar y disfrazarse. Así se van criando en el circo, igual que sus tíos y abuelos.
Entre ensayo y ensayo, algunos se juntan y toman mate, otros ven televisión o salen a pasear para explorar la ciudad que será su hogar durante un par de días.
Se abre el telón, y aunque no despilfarre efectos especiales ni 3D, el circo demuestra que la magia sigue intacta.
Fuente: La Gaceta