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Las historias de los chicos y las voluntarias del Gutiérrez

16/09 |

Como si fueran una bandada de pájaros celestes, las voluntarias surcan los pasillos del Hospital de Niños con su vuelo discreto. Atraviesan las arcadas de hierro que conectan una Unidad con otra y en el trayecto dejan un juguete, una sonrisa, el oído generoso para quien lo necesite. Para ellas cada sala del hospital es un nido al que hay que cuidar. Son pájaros porque se mueven juntas, porque aunque todavía no sea primavera entre todas sueltan un trino dulce que solo interrumpen ante el cartel “Silencio, hospital”.

Las Voluntarias del Gutiérrez cumplen 50 años de servicio. Son 120 mujeres marcadas por el dolor de las nenas y nenes internados, pero también las cruza ese noble instinto infantil de salir adelante. La oficina que se ganaron está en el primer piso, al lado del Aula Magna. Es tan pequeña que hacen malabares entre bolsas con juguetes y ropa, bicis y pilas de libros. El único que respira es San Martín de Porres, primer santo negro de América e imagen que representa al voluntariado. Como agosto termina con una gran celebración por estas bodas de oro, en la base de operaciones nadie para: aprovecharon el Día del Niño para seguir festejando, y por eso repartirán juguetes toda la semana a los casi 320 chicos internados.

“Recién hace dos años que usamos pantalones”, dice Elena Pittaluga, jefa del Servicio, como si el permiso rompiese la ley más estricta del voluntariado. Antes, a pesar del frío, el uniforme reglamentario consistía en falda, medias color hueso y zapatos blancos.

La tarea de las voluntarias es limitada . Pueden sostenerle el brazo a un nene al que le toman la temperatura pero no pueden sacarle el termómetro. Tampoco están habilitadas a leer historias clínicas ni pasarle el parte a los familiares. Así se distinguen de los enfermeros, los primeros que miraron de reojo a estas damas de celeste.

“Nosotras acompañamos a los chicos internados y a sus familias. Los escuchamos, los contenemos cuando el cuadro es grave y nos alegramos cuando les dan el alta”, resume Elena. Muchas tienen vocación de servicio. Otras se visten de celeste para llenar vacíos o superar situaciones traumáticas. Pero eso nadie lo dirá. La gratificación es tan grande, confían, que vale cada día en el Hospital.

Fuente: Clarín

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