Es muy alentador dar a conocer los logros de una creciente actividad solidaria en las escuelas, práctica que formalmente comenzó en 1997, en un Primer Seminario Internacional sobre Aprendizaje y Servicio Solidario. En esa ocasión se presentó un número de experiencias realizadas por escolares en beneficio de distintas comunidades del país con necesidades insatisfechas de variada naturaleza. Desde ese tiempo se puso en marcha el Programa Nacional de Educación Solidaria y, a partir de 2000, se instituyeron premios para las escuelas que se destacaran por los proyectos cumplidos de ese carácter. En 2006, el aprendizaje en servicio fue incluido en la ley nacional de educación.

Con el correr de los años que siguieron a 1997, punto de partida formal de esta promoción de las conductas solidarias, se incrementó notablemente el número de escuelas y alumnos que se plegaron al servicio de otros a través de actos y obras de significativo valor. Es así que, con legítimo orgullo, puede señalarse que en la actualidad son 15.106 los establecimientos de los tres niveles de la enseñanza que participan en el programa y ya son 25.513 las experiencias cumplidas.

Las cifras indicadas muestran de manera concluyente la vigencia del tradicional espíritu solidario que han sabido dar nuestras escuelas. Por ejemplo, en la Escuela Normal Nº 2 Mariano Acosta, hace ya 32 años consecutivos que contribuyen con el desarrollo de proyectos solidarios en tres localidades de San Juan.

Según ha explicado la directora del Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario Nieves Tapia, lo que puede estimarse como innovación de estos años es que la solidaridad va más allá de la compra de bienes necesarios o de reunir fondos para resolver carencias puntuales. Se trata, especialmente, de que los alumnos aprendan a ejecutar obras que otros necesitan y que sean creativos en sus propuestas y realizaciones. Es decir, se estimulan la iniciativa y el protagonismo de los chicos. Como se ve por los proyectos premiados, esta prédica ha rendido sus frutos, lo cual no llama la atención si se repara en que siempre son los más jóvenes los más dispuestos a mostrarse preocupados por los problemas y dificultades de los otros.

En síntesis, una positiva actividad que favorece los vínculos sociales y el crecimiento personal de niños y jóvenes y, por supuesto, contribuye al de toda nuestra comunidad.

Fuente: La Nación