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El 98% de los científicos salidos del Conicet consigue trabajo
Tradicionalmente, quienes fantaseaban con un hijo doctor soñaban con tener un abogado, un médico o un contador en la familia. Pero cuando el prometedor vástago llegaba con la noticia de que se dedicaría a la física, la geología, la biología o la química, más de un padre o una madre atormentados se despertaban de noche temiendo un futuro de penurias y desempleo.
Sin embargo, un estudio realizado por primera vez por el departamento de recursos humanos del Conicet parece refutar estos prejuicios. Después de reunir datos de 6080 ex becarios del organismo entre 1998 y 2011, y de seleccionar al azar una muestra representativa de 934, analizaron su inserción laboral y se encontraron con que más del 98% está trabajando.
De ellos, el 52% ingresó en la carrera del investigador y el 37% está empleado en otros ámbitos privados o públicos del país. De los restantes, el 10% emigró y sólo 14 se encontrarían sin trabajo.
Estos números no sólo contribuyen a desarticular prejuicios sobre los réditos económicos de la carrera científica, que insume largos años de formación e intensa dedicación, sino que aportan nuevos argumentos a la discusión sobre qué debería hacer el Conicet con los doctores que forma, un debate que caldeó los ánimos a fines de los dos últimos años.
"Estos datos permiten delinear políticas y debatir objetivamente el tema -dice Roberto Salvarezza, presidente del Conicet-. El estudio revela que sólo [poco más de] un 1% no posee ocupación declarada y apenas un 10% posee remuneraciones inferiores al estipendio de una beca doctoral. El 89% de los encuestados tiene una situación favorable en su actividad profesional. Por otra parte, más del 50% tiene ingresos por encima de los 10.000 pesos."
Según el mismo estudio, de los que no ingresaron en el Conicet y trabajan en el país, el 48% está empleado en universidades públicas; el 5%, en universidades privadas; el 18%, en empresas; el 4%, en otras instituciones educativas; el 6%, en otros organismos de ciencia y tecnología; el 7% son autónomos, y el 12% se desempeña en la gestión pública. En el extranjero, el 90% trabaja en universidades; el 7%, en empresas y el 2% es autónomo.
PREOCUPACIÓN GLOBAL
La controversia sobre la inserción laboral de los doctores es un tópico de debate en todo el mundo. En la Argentina, el clima se enrarece todavía más porque no existe una demanda sustancial de científicos por parte de las compañías privadas o el Estado.
Ernesto Treo es ingeniero doctorado en la Universidad Nacional de Tucumán. Aunque lo atraían la vida académica y la investigación, dice que en un momento sintió que le interesaba más "lo aplicado". "Obtuve una beca posdoctoral para la Universidad de San Juan y justo por ese tiempo empezamos a asesorar a YPF. Era lo que venía buscando, se me dio la posibilidad de ingresar [en la empresa petrolera] y a comienzos de 2010 me vine a Neuquén", cuenta.
Está contento: trabaja en algo que le gusta y su sueldo triplica lo que recibía por la beca. "Y eso que YPF no es de las empresas que más pagan...", aclara.
Para el nanotecnólogo de la Comisión Nacional de Energía Atómica, Galo Soler Illia, profesor asociado de la UBA e investigador adjunto del Conicet, de los doctores formados por el organismo no más de la mitad debería ingresar en la carrera [del investigador]. "Es lo máximo que permite un sistema de excelencia -afirma-. A largo plazo, un número mayor no es sustentable. Pero en este momento es difícil la transición porque hay un problema de estructura económica e intelectual, no existe una cultura de la innovación. En el Primer Mundo, en la industria se habla de igual a igual con los científicos y se hacen investigaciones de alto riesgo. Es importante inyectar [en la actividad privada a] personas que tengan la competencia, el espíritu crítico, la creatividad y la capacidad de formalizar el conocimiento que se adquiere con un doctorado."
Para Treo, que lo logró, ese salto es complicado. Los científicos sobrevaloran la actividad académica y sólo en los últimos años hubo un estímulo a la investigación aplicada y la transferencia de conocimiento.
Por otro lado, "además de que no hay un mercado laboral que absorba muchos doctores -dice-, uno termina su formación con más de treinta años y en las empresas te preguntan: «¿Qué experiencia de campo tenés?» A veces, el doctorado no suma a la hora de salir a competir por un puesto laboral".
Soler Illia coincide: "Hay que acortar los plazos. En Europa, el tope de edad para terminar el doctorado es de 26 años para que se puedan acoplar con la empresa".
"La demanda del sector privado no es aún la esperada -concede Salvarezza-, pero está creciendo (...) En la medida en que la producción local requiera más innovación, crecerá la demanda y debemos tener los recursos humanos preparados para dar respuestas. Lo mismo podemos pensar del Estado. Una mejor gestión en ministerios y municipios exige personal calificado. Nuestra política es formar doctores para el país y no solamente para el Conicet."
"Lo que importa es elevar el nivel del promedio, tener científicos de primera y financiarlos bien -destaca Soler Illia-. Creo que, dentro de todo, se está yendo en esa dirección."
AMÉRICA LATINA, EN ALZA
La revista Research Trends acaba de dedicar una edición a las publicaciones científicas en el mundo en la que destaca el avance de la ciencia en América latina: en la última década, el número de trabajos publicados creció más del 9% anual.
Los únicos países de la región que generan más del 0,5% de las publicaciones a nivel mundial son Brasil (2,3%), México (0,7%) y la Argentina (0,5%).
Un dato singular es que la Argentina es líder en la región por el índice de citación (el número de veces en que son citados sus trabajos dividido por el número de artículos). Con un 0,9% en 2010 (cerca del promedio mundial de 1%), supera a Brasil (0,75%) y a México (0,81%).
Fuente: La Nación