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La fascinación por la luz cobra forma en un arte medieval

13/03 |

Desde artistas interesados en explorar una técnica que casi no ha variado en siglos hasta personas que disfrutan de su expresividad, el arte del vitraux convoca diversas inquietudes a nivel local

A fines de los noventa se le presentó a Alejandro Badillos una oportunidad de sueño para alguien interesado en el arte del vitraux: trabajar en el completamiento de una catedral. Por entonces un estudiante de la carrera de Bellas Artes, le ofrecieron formar parte del equipo que se ocuparía de plasmar, entre otras cosas, el rosetón de la Catedral de La Plata. Y aunque reconoce que no tenía una formación específica en vidrio, no necesitó pensarlo dos veces. Para él, aquella obra iba a ser la puerta de entrada a un mundo fascinante que diecisiete años más tarde no ha dejado de explorar. Vitralista y profesor del taller de vitrales que funciona debajo de la Catedral, Alejandro es uno de los principales referentes de un arte que logró abrirse camino desde el Medioevo hasta nuestros días y que reúne en torno suyo tanto a artistas interesados en aprender su técnica como a personas que se sienten atraídas por la belleza de la luz. “En el 97, cuando surgió la posibilidad de trabajar en el completamiento de la Catedral yo no sabía casi nada de vitraux, pero ellos estaban buscando gente que supiera dibujar y pintar para que llevara los diseños al vidrio”, cuenta Alejandro Badillos quien, por conocer la historia del oficio, intuyó de entrada que la mejor forma de aprenderlo iba a ser meterse de lleno a trabajar. Fue así que al igual que los primeros vitralistas medievales, él aprendió sus secretos trabajando a la par de un maestro en el fragor de un taller. “Fue una experiencia vertiginosa porque todo el rosetón de la Catedral se hizo en apenas diez meses y el encargado del proyecto, el vitralista mendocino Félix Bunge, tuvo que irse al poco tiempo de empezar la obra; pero fue una experiencia de aprendizaje impagable”, dice Alejandro hoy. Pero el completamiento de la Catedral no sólo iba a ofrecerle una valiosa experiencia de formativa a Alejandro Badillos y unos pocos más que trabajaron junto a él. Una vez completada la obra, la costosa infraestructura que se había montado para realizarla y que se encontraba ya en desuso inspiró la idea de convertir el taller de trabajo en una escuela técnica. De ella iba a surgir en los diez años siguientes más de un centenar de jóvenes vitralistas que hoy trabajan y enseñan en distintos puntos del país. Tal es el caso de Sofía Villamarín, que al terminar hace unos años su carrera como diseñadora se sintió cautivada por el color y la luz del vidrio. “Creo que una de la cosas que mas me atrajo desde el principio y sigo disfrutando es el hecho de que la técnica del vitral casi no cambiado desde el Medioevo, requiere de mucha paciencia y mucho empeño porque sigue siendo muy artesanal”, explica. “Me parecía interesante que fuera un arte ligado íntimamente a la luz. Ya desde el momento del boceto hay que tener presente cómo va a recibir el sol. La luz es un elemento clave; sin luz no existe el vitral” “Pero además me resultaba interesante que fuera un arte ligado íntimamente a la luz. Ya desde el momento en que comienza a bocetarse un diseño hay que tener presente el lugar donde va a ir ese vitral y cómo va a recibir el sol. La luz es un elemento clave; sin luz no existe el vitral”, explica Sofía, quien hoy construye una obra artística propia además de dedicarse a enseñar . Precisamente el hecho que sea el sol lo que le da vida a un vitral hace también que las obras no puedan ser apreciadas verdaderamente hasta el momento de su instalación. Por la propia maleabilidad del plomo que se utiliza para unir las piezas de vidrio, los vitrales se van armando en paños que no tienen más de un metro y medio de alto y que sólo ofrecen una imagen parcial sobre la mesa de luz. Es por eso que “siempre resulta muy emocionante el momento en que se termina de instalar un vitral; recién ahí es cuando uno puede apreciar la obra en su totalidad”, cuenta Alejandro. Acaso porque se popularizó a la par del arte sacro y se lo asocia mucho al estilo gótico medieval, “se tiende a ver al vitraux como una cosa del pasado, pero no es así; es un medio para expresarse con múltiples manifestaciones propias de este tiempo”, asegura Alejandro al explicar que tampoco es una alternativa exclusiva para artistas profesionales. “En los talleres confluyen todo tipo de intereses -dice-: desde personas con una formación artística que vienen buscando perfeccionar cierta técnica hasta alumnos que asisten sólo por el placer de compartir con otros un espacio de creación”.

Fuente: El Día

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