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Leo Sbaraglia: “De tanta ficción, mis personajes se me están volviendo parte de la vida"

03/09 |

Lo suyo no fue meteórico, ni sonó como un pochoclo. Fue ladrillo sobre ladrillo, o bolo tras bolo televisivo, con cientos de rodajes de cine y horas vivas de teatro que sumaron matices a su rostro de actor. Hoy, a sus 44 años, Leo Sbaraglia disfruta del camino y del momento, y hasta se le anima al canto en la obra El territorio del poder, con la que está recorriendo el país. Mano a mano con un hombre que eligió en qué mundo vivir.

Pide un té sin teína. Dice que las infusiones le causan insomnio. “A partir de la tarde, nada de café, mate ni té, sino a la noche no pego un ojo”, revela Leonardo Sbaraglia, que también admite su habilidad para hacer malabarismo con el tiempo, estirándolo como chicle para que quepan todas sus actividades laborales: el reciente estreno del filme Relatos salvajes, que lo llevó de viaje por el país para promocionarlo; la gira con la obra El territorio del poder; la presentación de la serie mexicana Dos lunas y la flamante tira de Telefé Viudas e hijas del rock & roll”, entre otros tantos proyectos a punto de concretarse, en España, Uruguay y Brasil. Leonardo Sbaraglia se la pasa yendo y viniendo. “Casi que tengo la agenda de un tenor, sé qué haré dentro de dos años”, bromea Leo, de 44 años, que acepta gustoso el mano a mano con Rumbos.

¿A vos nunca te falta trabajo?
De alguna manera tengo esa suerte, otras alternativas, un salvavidas, sí… No me faltan propuestas de trabajo, pero no todo el mundo tiene esa dicha. No me puedo quejar.

¿Te pesa tanto vértigo, esta actividad non stop?
Sí, qué te parece. Por momentos me siento agotado y abrumado. Hace mucho que estoy en esto, pero últimamente me la paso viajando y eso cansa muchísimo. Voy a lugares hermosos, pero a veces ni los empiezo a recorrer.

¿Qué es lo que te agota puntualmente?
Me desorganiza la dinámica familiar. Yo tengo a mi mujer, Guadalupe, y a mi hija Julia, ya de ocho años. Y la familia requiere de una ingeniería que a mí me cuesta horrores.
¿Te ha pasado de sentirte un padre ausente?
No, porque mi hija siempre me acompaña cuando viajo. Paradójicamente los viajes nos juntan más. Lo que quiero decir es que tengo necesidad de rutina, de algo cotidiano, extraño el día a día. Es curioso, pero un mal muy necesario.

Dentro de la actuación, ¿nunca te atemorizó ser un eterno free-lance?
El actor es un free-lance para siempre. En lo personal, ese temor se fue disipando hace mucho, porque lo que yo hice fue buscar opciones, sembrar en distintos lugares para que si la cosecha no me daba réditos en uno, tal vez sí en otro.

¿Te referís a España?
Haberme ido para allá fue clave, porque allí estuve viviendo entre 2000 y 2007 y se me abrieron un montón de puertas. Fui abriendo sucursales, si te gusta más… Ojalá pudiera tener franquicias algún día, franquicias atendidas por su propio dueño.

¿Te enorgullecen tus “sucursales”?
¡La pucha! Claro, porque yo las fui generando a pulmón, haciendo conquistas cuerpo a cuerpo.

¿Cómo es eso?
Que yo no estuve en una película como Amores perros, que le dio cartel de por vida a Gael García Bernal. O como le pasó a Ricardo Darín con El hijo de la novia o El secreto de sus ojos. A mí no me pasó nunca, quizá mi tanquecito fue Plata quemada, pero yo tuve que inventarme ante cada película.
¿Es una asignatura pendiente formar parte de un tanque?
Me parece que es medio una lotería, esas pelis se dan muy cada tanto. Estoy muy orgulloso de los laburos que hice, éste es el camino que elegí, con aciertos y errores. Nadie me impuso nada.

¿Te cuesta decirle que no a alguna propuesta?
Cada vez menos. Rechazo bastantes ofertas. Pero eso lo fui aprendiendo con los años de oficio. Antes me daba miedo decir que no, pensaba que no me iban a llamar más. Hoy tengo más olfato. Por otra parte, arrastro cansancio y mucho laburo. Pensá que en 2013 hice tres películas (Aire libre, Relatos salvajes y Choele) y una serie en México (Dos lunas), además de En terapia. Estaba muerto…

Este año bajaste los decibeles…
Aposté por pequeñas cosas como la obra El territorio del poder, con la que recorrimos todo el país, y un ciclo por Canal Encuentro que se llama El cine va a la escuela, con películas relacionadas al mundo educativo.

Pequeñas cosas que te aportan versatilidad…
Qué te parece. Me permiten disfrutar de las pequeñas cosas, que finalmente hacen a la vida normal. Y también incursionar en terrenos no explorados, que me dan la chance de formarme.

¿Como el canto?
Claro, en El territorio del poder, que está basada en textos de Foucault, tengo la caradurez de cantar tres fragmentos de canciones (“Aleluya”, “Mr. Sadman” y “El gallo rojo”). Igual, no soy un suicida, vengo tomando clases de canto hace cinco años. Creo que es un instrumento más que completa al actor, y que a mí me fascina.

¿Te considerás un actor definitivamente formado?
Estoy formado, no sé qué es “definitivamente formado”, pero me considero un actor más hecho, más sólido, que camina sobre terreno firme.
 ¿Hay egoísmos en el actor?
Los hay, pero también hay cada vez más conciencia del trabajo en equipo. Se suele escribir “¡qué duelo actoral!”, y es falso, porque cuando hay dos buenos actores en escena, estos se tratan de dar una mano, no se da la idea de cagar al otro. Cuanto mejor te llevás con el otro, mejor es el resultado para todos…

¿Cómo sentís que te ve la gente de a pie?
Como que tengo la vaca atada, que ya estoy hecho… Creo que tiene que ver con una mirada fantasiosa del otro, que ve en un actor a alguien lejano, medio extraterrestre.

¿Te pasó alguna vez de padecer el trabajo?
Me ha pasado de no dar con el personaje y tener insomnio, o de hablar con el director para intentar sacar al personaje y no llegar a un acuerdo… Cada rol es un mundo y la relación con cada director es una historia de amor breve que te obliga a tener una saludable estadía.

Ok, pero sentiste angustia por no dar con el personaje.
Es que hay otras angustias, como la lucha creativa: en esa lucha que libramos los actores, no sabés qué vas a terminar haciendo, o cómo vas llegar a lo que te piden, o qué vas a encontrar en vos, en tu búsqueda.
Debería haber un maestro que se encargue de eliminar tensiones…
Bueno, yo lo tuve a Agustín Alezzo, que es de esos maestros que te marcan de por vida en años que son claves para definir un criterio y acercarse a ese misterio que es la actuación. El me enseñó a resolver situaciones de angustia que, sin la voz de la experiencia, sin esa elaboración que te sugiere un sabio como Alezzo, no hubiera sabido sacar adelante.
 
Un grande Alezzo, sin duda.  ¿Sufriste por rodajes complicados?
Claro, sin ir muy lejos, el rodaje de Relatos salvajes, la película de Damián Szifrón, fue duro, difícil, por momentos extenuante. Damián es brillante, sabe lo que quiere y te demanda y te exige. No es sencillo, aunque yo estaba tranquilo porque sabía que había un perfeccionista detrás de todo.

Relatos salvajes habla de cruzar el límite de lo preestablecido. ¿Perdiste la cabeza alguna vez?
No llegué a tanto. En caliente, tuve reacciones fuertes, pero me terminé controlando. Sí me he puteado y mandado al carajo con alguno, pero no más que eso. Jamás podría tolerar lo que sucede en esta ficción en la que participé, en esa ruta del infierno… una violencia verbal y física insoportables.

Terrible, pero mejor no develar más detalles. ¿Qué reflexiones sacás de la película de Szifrón?
Varias. Que hará un despelote en las boleterías de todo el país. Que es espectacular, desde la espectacularidad misma. Que a la vez es una película muy graciosa, porque tiene humor, y también un trabajo artístico que genera sensaciones muy contradictorias. Finalmente tiene una vuelta de tuerca existencial: ¿En dónde estamos parados como seres humanos? Porque vos mirás los relatos y te identificás con uno y con otro…

Una violencia que parece tan real…
Sí, inquietantemente real. En Relatos salvajes uno advierte cuán inhumano y brutal puede ser el ser humano. Te queda la sensación de que podemos hacer con el otro lo que nos plazca, sin límite alguno.

Te cambio radicalmente de tema. Veo que se te notan las canas y no hacés nada para disimularlo…
¿Sabés qué pasa? Si empiezo a teñirme, después sigo con la cremita para las patas de gallo, y así no termino más. Prefiero que mi cara refleje el paso del tiempo…

Pero se te ve muy bien. ¿Colgaste la pilcha de galancito?
Tengo 44 años, lo de galancito quedó un poco atrás… De todas maneras, fue una imagen que tuve hasta los veinte, nunca me interesó que el público me catalogara así. Por supuesto que en su momento me sirvió, pero apenas pude, me liberé de ese lastre.

Con tantos años de oficio, ¿tomaste conciencia del paso del tiempo en relación con la actuación?
Uno piensa seguido que la vida es más corta, mientras que los conflictos, las dudas y las pocas certezas te van abrazando. Pero no sólo en la profesión... Siento que me pasa en otros aspectos de la vida cotidiana. Es más, cuanto uno más lúcido cree estar, es cuando afloran más vacilaciones.

Tenés 44 años, y casi treinta te los pasaste en un set de filmación. ¿Cómo es esto de vivir más en la ficción que en la realidad?
Ese es mi gran problema, el estar mucho tiempo en burbujas ficticias en las que uno es como el mesías. ¿Y la realidad? No sé lo que les pasará a otros actores con esto, pero particularmente, me sucede que, cada vez más seguido, los personajes que interpreto se vuelven parte de mi vida. Son metáforas de mi propia identidad. Siento que, de alguna manera, esto permite que el público se meta adentro mío. A veces dice mucho más un personaje que una entrevista.

Fuente: Rumbo Digital

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