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"La lectura electrónica es superficial"
En su juventud, y siendo empleado de una librería, conoció a Borges, quien le pidió que fuera a su casa a leerle. Lo hizo varias noches a la semana entre 1964 y 1968. Hoy, este escritor, traductor y editor ampliamente reconocido en Europa, Estados Unidos, Canadá y América Latina, es el nuevo director de la Biblioteca Nacional, cargo que ocupara Borges.
Miguel Manguel es una de las personas que ha reflexionado con mayor agudeza sobre el acto de leer. Dedicó al tema distintos libros pero Una historia de la lectura, publicado originalmente en 1996 y reeditado recientemente, es un clásico insoslayable Fragmento de Una historia de la lecturaPor Alberto ManguelOjos que escrutan la página, lengua inmóvil: así, exactamente, es como yo describiría hoy a un lector que estuviera sentado con un libro en un café frente a la iglesia de san Ambrosio en Milán, leyendo, tal vez, las Confesiones de San Agustín. Al igual que Ambrosio, el lector se ha vuelto sordo y ciego al mundo, a la gente que pasa por la calle, a las fachadas calcáreas de los edificios, de color carne. Nadie parece advertir la presencia de de un lector absorto: aislado, atento sólo a lo que lee, el lector no despierta la curiosidad de los transeúntes.
Una historia de la lectura propone un lento y plácido viaje entre un pasado remoto y nuestro presente, siempre dejando en claro la incidencia que tuvieron los libros y los escritores a lo largo de la historia. En esas páginas, que respiran literatura, se encuentra uno con el Borges al que el autor le leía cada noche o con la influencia de un elemento tan común como la cama en el acto de leer. Paradójicamente, el libro como tal es el gran protagonista, aún cuando se trata de una suerte de memoria del autor. En esta entrevista, Manguel habla sobre los temas que aborda en su libro.
- Se lanzó en Argentina una nueva edición de Una historia de la lectura. ¿Qué significa ese libro en su carrera y qué siente ante la posibilidad de que un nuevo público acceda a él?
- Cuando empecé a escribir Una Historia de Lectura, hace más de 25 años, tenía una idea muy vaga de lo que el libro sería. Me propuse tratar de entender qué era eso que yo hacía como lector, cómo procedía, cuáles eran las características de ese acto que me parecía tan común. Para mi sorpresa, el libro se convirtió en un espejo de lectores que reconocieron en mi texto una suerte de autobiografía. El mayor placer que ese libro me ha dado es encontrarme con esa hermandad universal y anónima de lectores. Ojalá que esta nueva edición encuentre más camaradas entre los lectores del siglo XXI.
- Usted señala en el prólogo que “en un mundo ideal, computadora y libro comparten nuestras mesas de trabajo”. Pero también refiere que la lectura electrónica es superficial, en contraposición con la del papel. ¿Descarta, entonces, que el libro electrónico o e-book vaya a reemplazar al tradicional?
-No creo que el libro electrónico descarte al impreso. Esas son amenazas de matón, de la industria que quiere que todos compremos cada nuevo artefacto que se inventa cada día. El avión supersónico no ha eliminado a la bicicleta, y a pesar de los progresos cinematográficos, de los DVD y Bluerays, el teatro sigue funcionando. Cuando digo que la lectura electrónica es superficial, sólo digo que se presta más fácilmente que la página impresa a una lectura rápida, casi instantánea del texto, mientras que leer un texto detenidamente, lentamente, haciendo notas y reflexionando, es más fácil con un texto impreso. Más fácil, pero no exclusivo: estoy hablando de las características propias de cada soporte.
Las noches con Borges
- ¿Cómo recuerda aquellos años en que le leía a Borges?
- Entonces no sabía que estaba viviendo un momento privilegiado: pocas veces sabemos cuándo la fortuna nos está sonriendo. Y como yo era un adolescente, arrogante como todo adolescente, pensaba que le estaba haciendo un favor a un viejito ciego. Tenía 14, 15 años; Borges frisaba los 65. Se había quedado ciego unos 10 años atrás y se había dicho que ya no escribiría prosa, sólo poesía, porque para escribir prosa, pensaba que necesitaba “ver la mano escribir”. Pero se le habían ocurrido varios argumentos para cuentos (que luego constituirían El informe de Brodie) y pensó que intentaría la aventura. Pero antes de hacerlo, quería estudiar a los que él consideraba maestros del cuento: Kipling, James, León Bloy. Para eso, necesitaba que le leyesen esos cuentos, y le pedía prestado los ojos a quien estuviese a mano. Así pasé las noches de tres o cuatro años leyendo para Borges. El me interrumpía seguido, haciendo comentarios sobre el texto -para él, claro- y tuve así la suerte de ser testigo de la lectura íntima de unos de los más grandes lectores de todos los tiempos.
- En Una historia de la lectura suele dedicarle reflexiones al acto de leer en voz alta. ¿Cuál es la ventaja de la lectura solitaria y silenciosa, la que se hace para uno mismo?
- Cuando escribíamos “de corrido”, sin signos de puntuación convencionales y sin espacios entre las palabras, como se hacía en Grecia y Roma, necesitábamos mascullar las palabras para entender el sentido de la frase. Después, con la evolución de la puntuación, pudimos leer silenciosamente. Esa forma de leer, que ahora es la convencional, nos permitió hacerlo sin que nadie supiese qué estábamos leyendo, ni de qué modo. Así nace la lectura como actividad privada y secreta; actividad que la sociedad juzga peligrosa y trata de impedir porque no puede controlarla.
- Habla de lo que significa “leer en la cama”. ¿Por qué destacar ese espacio de lectura?
- Porque se me ocurrió que sólo nos llevamos a la cama lo que más amamos, lo que más nos gusta, y que leer en la cama es un acto que adquiere ciertas características debido al espacio en que esa actividad ocurre. Leer en la cama erotiza el acto de leer.
Leer al mundo
- Cita a Whitman al sostener que “hay que leer el mundo”. ¿Se puede leer el mundo a través de los libros?
- El mundo como libro es una de nuestras más antiguas metáforas. Los judíos hablan de la Torah como uno de los dos libros de Dios; el otro es el mundo, que leemos y en el cual somos leídos.
- “Robar libros” es el título de uno de los capítulos. ¿Por qué incitan tanto los libros y, a veces, el hecho de robarlos?
- Robar libros es una de las varias tentaciones contra las cuales necesitamos resistir. Muchos lectores, no todos, asocian el placer de la lectura con la posesión del libro, y nadie puede permitirse comprar todos los libros que quiera. Para resistir, ayuda pensar en el librero, a cuya desaparición contribuimos si cedemos a la tentación. Pero ante la atracción de ciertos libros somos tan vulnerables como Paris ante Elena.
- ¿Se lee menos?
- ¿Menos que cuándo? Ya Marcial, en el siglo I, se quejaba de que la gente no leía tanto como antes. Siempre somos nostálgicos de un pasado que nos hemos inventado en el que éramos más trabajadores, más inteligentes, más lindos.
- ¿Para qué sirve leer? ¿Qué encuentra usted, con tantos libros leídos, en la continuidad del ejercicio de leer?
- Ante esa pregunta, Flaubert contestó: “Para vivir”. En ese sentido, lo que encuentro es la vida simplemente, mientras dure.
Conversar con los muertos
- ¿Por qué suele subyugarnos la lectura? ¿Qué nos genera el hecho de escuchar una gran historia?
- Porque nos ofrece la oportunidad de compartir la memoria de una experiencia que tal vez no ha sido la nuestra ni lo será. Escuchar una gran historia nos permite la impresión de que, de algún modo, Ulises somos nosotros. Y también Alicia, Alonso Quijano, Sherlock Holmes. Sus vidas son un poco nuestras autobiografías.
- ¿Por qué los libros son tan simbólicos en la historia de la humanidad?
- Porque sabemos que son nuestra memoria. Que gracias a los libros, los obstáculos impuestos por el tiempo y el espacio no existen. Nos permiten atravesar los océanos y, como dijo Quevedo, conversar con los muertos.
-¿De qué siente que aprendió más: de los libros leídos o de los varios países en que estuvo o vivió?
-De los libros, porque al fin y al cabo, nuestro mundo es una invención de la literatura. Cuando estoy en Buenos Aires, reconozco el estilo de Borges y de María Elena Walsh en sus calles; cuando estoy en París, sigo los mapas de Georges Perec y Simenon; la Turquía que conozco es menos la de mi Atlas que la de Tanpinar y Nazim Hikmet.
Fuente: La Gaceta