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El desafío de educar para el trabajo

30/12 |

El divorcio entre la realidad universitaria y las necesidades de capital humano que tienen las empresas es un problema de larga data que se plasma en los índices de posiciones no cubiertas por falta de perfiles que trepan al 10%.

proEn este contexto, es un signo positivo que el 5º Encuentro de la Producción, realizado en Rosario, haya elegido a la “educación productiva” como uno de sus tres ejes temáticos, con el objetivo de debatir una agenda de trabajo que permita articular verdaderas políticas públicas en la materia.

La educación para el trabajo se apoya en dos ejes, por un lado, el conocimiento y habilidades de tipo técnico/académico, y por el otro, la formación actitudinal -capacidad de comunicación, trabajo en equipo, emprendedorismo, aptitudes interpersonales, ética del trabajo y capacidad analítica y organizativa-, que no forma parte de la currícula pero es un plus fundamental para desarrollarse en el trabajo y que actualmente terminan otorgando las empresas en taller o seminarios.

Haciendo foco en este primer eje, es clave señalar que las estadísticas históricas sobre la cantidad de alumnos y egresados universitarios revelan un drástico cambio en las vocaciones de los argentinos en las últimas décadas. La preferencia de los jóvenes, con anterioridad a la década de 1980, por carreras vinculadas a las ciencias básicas —como biología y matemática—, y aplicadas —como ingeniería, informática y arquitectura—, han dado paso en los 90 a las ciencias humanas y sociales.

Según cifras de la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación, en 1986 las ciencias básicas y tecnológicas lideraban las preferencias de estudio de los jóvenes, con una matrícula del 40,6% de los alumnos en universidades públicas, guarismo que cayó al 29,6% en 2008. No hace falta explicar por qué no es bueno que el país tenga, por ejemplo, apenas 103 egresados en física. A esto se suma otro dato no tan conocido como es la tasa mínima de egresados en ciencias agropecuarias y del suelo, con lo que esto significa para un país cuyo PBI se apoya en gran medida en la cadena de valor de la industria agropecuaria.

En el rubro de los perfiles de tecnología, la problemática es aún más compleja, ya que no sólo se habla de falta de ingenieros y licenciados en sistemas y áreas vinculadas, sino de carencias en casi todo el espectro de perfiles técnicos, operativos e idóneos. La Cámara de Empresas de Software (Cessi) ha presentado recientemente un informe en el que se indica que la industria necesita 7 mil nuevos profesionales en sistemas e informática por año, pero según el Ministerio de Educación, apenas se recibe la mitad.

En la región Litoral hay un promedio de 300 graduados en ingeniería. Los optimistas podrían pensar que es una oferta adecuada para cubrir la demanda, pero estarían ignorando que la “guerra” por este tipo de perfiles no respeta geografías. La región compite para atraer y retener este capital humano en primer instancia con Buenos Aires, pero también con el sur y el norte por la demanda de la industria del petróleo, con la región de Cuyo por la creciente demanda de la minería y, por si fuera poco, también con países de Sudamérica, que —según datos de la Confederación Internacional de Agencia Privadas de Empleo (Ciett)— tienen problemáticas similares a los de la Argentina.

Mientras se ve un muy lento incremento en los egresados de ingenierías tanto industrial como civil, hay una disminución de las “duras” (mecánica, electromecánica y materiales), y una casi nula matrícula en otras como ingenierías en petróleo, naval o electricidad, en las que los graduados se cuentan con los dedos de las manos.

Si bien se advierten leves mejoras en el mix de participación de las diferentes disciplinas y ramas de la ciencia, no logran el impulso y envergadura que se requiere para cambiar la realidad. En este contexto, se debe partir de una autocrítica que cabe a toda la sociedad: al Estado, a la comunidad educativa, a las empresas y al tercer sector.

Desde el inicio de la salida de la crisis de 2001/2002 se escucha hablar de la falta de perfiles capacitados, del desmantelamiento de la industria en los noventa, del divorcio entre la formación y el empleo. Sin embargo, más de siete años pasaron desde entonces y el tema de discusión sigue vigente y, por lo visto, se mantendrá de aquí a 2015 por lo menos.

La brecha entre educación y trabajo sólo puede achicarse con estrategias de intervención que contemplen abordajes integrales, la articulación coordinada entre los diferentes actores del sector público y privado del ámbito de la educación y la producción, siempre con una mirada de largo plazo.

Hay muchos por hacer y el empresariado debe tomar un rol activo en esta tarea. •

Fuente: La Capital

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1 comentario

 
Cristina dice ...
2/1/2011 15:09
Es importante apuntar a la inserción laboral de los jóvenes universitarios. De lo contrario, se genera frustración y se ve al estudio como una pérdida de tiempo. Pero el tema no puede ser dejado en manos del sector privado únicamente; el Estado debe pensar cuáles son las necesidades del país para lograr el crecimiento.
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