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Ser voluntario, una revolución interior

04/01 |

Personas que a partir de que empezaron a colaborar con una organización social tuvieron un cambio radical en sus vidas. Algunas dejaron sus carreras profesionales y otras se mudaron de país, pero todas con el mismo objetivo: ayudar a los demás

La llamada golpeó a las puertas de su corazóvoln de la manera más inesperada: un correo electrónico, la invitación de un amigo, una enfermedad, un viaje... Más allá de su disfraz, la propuesta para tomar contacto con una realidad marginada llegó para dar un vuelco en sus vidas. Realizar tareas de voluntariado fue una experiencia tan conmovedora que, desde ese momento, entendieron que su misión era dedicar sus días a los demás.

Sufrieron una profunda revolución interior y tuvieron que volver a nacer. Algunos abandonaron prometedoras carreras profesionales mientras otros se mudaron de continente, pero todos con el mismo objetivo: sumarse de lleno a la labor de una organización social para transformar el mundo. Más allá de las particularidades de cada caso, sus destinos se torcieron para que hoy puedan trabajar de lo que realmente los apasiona, que es involucrarse con el bienestar de los más vulnerables.

Todos atravesaron un largo proceso de búsqueda interior que los llevó a la conclusión de que su destino tenía rostro humano. Y si bien en algunos casos el puntapié inicial fue una crisis vocacional, otros lo vivieron como una transición casi natural.

El 20 de mayo de 2011, Andrea Benaim cumple 10 años de su nueva vida y piensa festejarlo a lo grande. Después de superar un cáncer de mama que le imprimió otra manera de entender su lugar en el mundo dedica esta segunda oportunidad a brindarse a los demás.

"Cuando recién te enterás es un camión que te pasa por encima", recuerda Andrea, que hoy tiene 48 años, está casada con Jorge y es madre de Cristian, de 19, y Nicolás, de 17. Además se desempeña como directora ejecutiva de la Fundación Cecilia Baccigalupo, que integra a chicos, jóvenes y adultos con discapacidad intelectual a través del deporte.

Andrea es, sin lugar a dudas, una mujer de armas tomar. No dudó en irse a vivir a Suecia por ocho años para seguir a su futuro marido y afianzar su carrera profesional en el área de sistemas. Por eso cuando en 2001 supo que tenía que darle batalla al cáncer, lo hizo con la misma devoción de siempre: para ella no existen los problemas, sino situaciones complejas que hay que afrontar, saber resolver y seguir adelante. "Puse en mi ser una actitud positiva e hice todo lo que tenía que hacer: me operaron, pasé por una quimioterapia, sesiones de rayos y hasta salí a comprar pelucas", dice con tono divertido.

Durante su recuperación conoció a Macma, organización que agrupa a mujeres que tuvieron y tienen cáncer de mama, que fue uno de sus grandes apoyos, además de su familia. "Poder estar con personas que pasaron por lo mismo que vos y las ves bien, plenas y con energía te inyecta esperanza. Entonces me dieron ganas de devolverle a otras mujeres todo lo que me habían dado a mí, y me sumé como voluntaria para transmitirles mi experiencia", comenta Andrea.

Andrea es de esas personas que creen que cada uno tiene una razón de ser en la vida, y que ésta te va dando oportunidades para que puedas alcanzarla. De adolescente se inclinó por el trabajo social, se sumaba a las actividades de la parroquia, pero nunca pensó que ése sería su futuro.

"Cada uno tiene una misión en esta vida y hoy puedo sentir que estoy cumpliendo con la mía", recuerda Andrea, que vivió en carne propia el poder de la mente y de una actitud positiva durante un proceso de sanación.

Durante la organización de una actividad de Macma durante la Copa Davis del 2005, conoció -por azar o por culpa del destino- a Cecilia Baccigalupo. "Así organizamos un partido de exhibición en el que uno de los chicos saltó la red para abrazar a Guillermo Coria y salió en todos los diarios. Al día siguiente, Cecilia me invitó a sumarme a su organización y no lo dudé", explica Andrea.

Sus días se transformaron en una catarata de abrazos y sonrisas por parte de los chicos y sus familias. Además se empezó a ocupar de organizar y potenciar el trabajo de la fundación, que de a poco comenzó a pisar cada vez más fuerte hasta llegar a hoy, que permite que 450 chicos, jóvenes y adolescentes con discapacidad puedan realizar un proceso de integración a través del deporte.

"Recibir la alegría de los chicos es incomparable y esta retroalimentación continua te lleva a dar lo mejor de vos a cada instante", cuenta Andrea, convencida de que cada acción que hace repercute positivamente en la vida de los chicos y sus familias.

Para poder llevar adelante esta transformación, para Andrea es fundamental el trabajo de los voluntarios. "El espíritu del voluntario es un corazón que late día a día. El abrazo de los chicos hacia los voluntarios genera una química especial. Vienen el primer día y es como si los conocieran de toda la vida", cuenta con alegría.

Con el tiempo Andrea pudo darse cuenta de que, en el fondo, ella siempre se había querido dedicar al trabajo social. "A futuro, sólo pido tener la fuerza y una salud que me acompañe para poder seguir en este camino y dejar en el tiempo un legado para que otros lo sigan", resume emocionada.

* * *

Según una reciente encuesta de TNS Gallup, 2 de cada 10 argentinos realizan trabajos voluntarios, esto es el 22% de la población. La mayoría tiene entre 35 a 49 años (30%) y son universitarios (30%). Lo que más los impactó a la hora de ser voluntarios fue tomar conciencia de los problemas de la gente y lograr nuevos vínculos sociales.

Un dato interesante que arroja el relevamiento es que los que manifiestan interés en ser voluntarios duplican a quienes efectivamente realizan este tipo de tareas, y que la principal barrera para hacer tareas voluntarias es la falta de tiempo. "Creo que si algo puede resumir y caracterizar el estadío del voluntariado en la Argentina es que vamos hacia el voluntariado popular", sostiene Oscar García, coordinador de la licenciatura en Organización y Dirección Institucional de la Unsam.

Sin embargo, García hace una observación interesante en relación con el peso específico que fue ganando el sector social en los últimos diez años: "Esto de que un joven o adolescente que antes decía que quería ser médico, abogado, contador o periodista sume como posibilidad vocacional y profesional ser licenciado en Gestión de Organizaciones Sociales, muestra la significatividad que ha cobrado el campo de las OSC y del voluntariado".

A los 21 años Tomás Olivieri Acosta tenía planificado su futuro: estaba estudiando en la Facultad, sabía cuántos hijos iba a tener, a qué edad se quería casar y a qué se iba a dedicar. Todas las grandes decisiones de su vida estaban tomadas. Pero a los 26, algo empezó a poner en duda este modelo, que si bien parecía el correcto no lo llenaba.

En ese momento, Tomás era técnico en Comercio Internacional y licenciado en Marketing. Estaba trabajando en una punto com y su tiempo libre lo aprovechaba para realizar acciones como colaborar con las Noches de la Caridad, parroquias que cocinan y reparten comida a las personas de la calle. "Pero esas salidas esporádicas me dejaban insatisfecho y decidí dejar toda mi experiencia en el sector privado para poder enfocarme por completo en lo social".

Así fue como Tomás empezó un viaje de búsqueda espiritual y de servicio. Renunció a la seguridad económica y a todo lo que se suponía que tenía que hacer, para apostar a lo que sentía que lo apasionaba. En 2001, luego de conocer a Drew Henry, un pastor de la Iglesia Anglicana que estaba fundando Diagonal y trabajando con la gente de la calle, decidió sumarse como voluntario. "Yo quería involucrarme con la realidad social con una mirada puesta en el largo plazo. Por eso me sumé a Diagonal, porque vi que tenía un potencial enorme", explica Tomás, hoy con 37 años, que hace una década es director ejecutivo de Diagonal.

El haber tenido la posibilidad de acompañar a 2500 personas de la calle lo llevó a encontrarle otro sentido a las cosas y el ser voluntario lo ayudó a entender el sentido del servicio desde otro lugar. "Un vez una señora en la calle me decía: ¿Sabés lo que daría por tener una llave para abrir la puerta de mi casa? Cada uno de ellos son maestros que me enseñan muchas cosas. Cada persona me emociona y me entusiasma. El día que me deje de pasar, dejo de trabajar en lo social", sostiene Tomás.

Diagonal empezó trabajando con personas de la calle y ahora lo hace con profesionales de más de 45 años que están desempleadas, para reinsertarlas en el mercado laboral. A ellos les dan cursos, orientación y apoyo para que vuelvan a encontrar un sustento de vida.

La magia del voluntariado es que todos pueden practicarlo y experimentar la dicha de dar. Ir un día a visitar un enfermo, participar un fin de semana en una actividad solidaria o sumarse a tiempo completo a una ONG. No existen reglas para aportar lo propio en beneficio de los demás.

Tomás comparte tanto esta filosofía que nunca pudo dejar de lado su veta voluntaria. En la actualidad, además de desempeñarse en Diagonal, acompaña a las personas en el final de sus vidas. "Ahí aprendo muchísimo porque estas personas me abren su conocimiento y sensibilidad. Estar en contacto permanente con la muerte me recuerda cuál es el sentido de estar vivo. Por eso mi próximo desafío es generar conciencia desde la comunicación sobre el final de la vida, para que la muerte deje de ser un tabú", dice Tomás, dejando la puerta abierta para que todos reflexionen sobre lo que significa el buen vivir y el buen morir.

* * *

Magdalena Masseroni había probado con distintas acciones solidarias, pero sólo cuando pudo construir con sus manos una vivienda mejor para una familia necesitada sintió que su motivación había encontrado el cauce indicado.

"En octubre de 2007 recibí un mail de un amigo para ir a construir casas junto con Un Techo para mi País. Fui un fin de semana sin tener demasiada idea y me enganché. Lo movilizante es que en muy poco tiempo estás cambiándole la vida a una familia", cuenta esta joven de 25 años, que estudio Periodismo en TEA y hoy es parte del equipo de comunicación de Un Techo para mi País, en Perú.

Lo que más la impactó de esa experiencia fue tomar contacto por primera vez con una villa o un asentamiento y darse cuenta de las condiciones precarias en las que vivía esa familia. "El ver eso te hace dar cuenta de muchas cosas. Y por otro lado te engancha el dejar algo concreto, una casa que construiste con tus manos y la de los beneficiarios. También te motiva el hecho de hacerlo con chicos de tu edad, que dejan de salir a bailar o hacer deporte y se involucran para mejorar la situación del país", agrega Magdalena, que el lunes siguiente ya se había presentado en las oficinas de Un Techo para mi País para ver de qué manera se podía sumar a sus actividades.

Mientras seguía con sus estudios de periodismo y hacía una pasantía se metió en el área de comunicación, en la que estuvo colaborando de manera voluntaria durante un año y medio. "Lo bueno de un Un Techo es que si te sumás como voluntario y sos comprometido vas creciendo y te van dando más responsabilidades", explica Magdalena, que de a poco fue ganando más terreno y llegó a convertirse en coordinadora de prensa.

Cuando a fines de 2008 le llegó una búsqueda de la organización para puestos en Chile sintió el impulso de anotarse. Sin reflexión de por medio, casi por instinto, empezaba a torcer su destino hacia el campo social. En marzo de 2009, Magdalena ponía pies en Santiago para formar parte del equipo de comunicación. "No es que fue una decisión consciente de que a partir de ese momento me iba a dedicar a esto. Fue algo que tenía conmigo y el hecho de estar tan comprometida con la institución hizo que se diera naturalmente", explica Magdalena.

Con toda la energía, la flexibilidad y la desfachatez propias de la juventud, Magdalena sentía que ésa era la etapa perfecta para vivir este tipo de experiencias. Por eso, cuando se enteró de que había una necesidad en comunicación en Un Techo para mi País en Perú, no lo dudó. Hizo sus valijas y desde febrero vive en Lima.

"Todavía me sorprendo de todo lo que se puede hacer y la posibilidad de tener contacto con diferentes mundos", agrega Magdalena.

Para ella todo es posible, no descarta ninguna opción. Lo único que tiene claro es que va a seguir vinculada con el sector social, ya sea como contratada o como voluntaria.

"Invito a todas las personas a que tomen contacto con alguna ONG. Hay opciones y espacios para todos los gustos. Es importante que no vivamos en una burbuja y tengamos una mirada más realista de lo que pasa", concluye Magdalena con una claridad contundente.

* * *

"No somos voluntarios porque hayamos nacido tocados por una varita mágica, ni porque seamos especiales, ni porque estemos aburridos, ni porque vivamos trasnochados. Somos voluntarios sencillamente porque podríamos no serlo sin penas ni sanciones, y sin embargo lo somos porque sabemos que la vigencia de los derechos, la libertad, la justicia y el ejercicio de la solidaridad no son plenos aún, ya que esa plenitud es una tarea de construcción eterna que ni locos nos queremos perder o mirar desde una butaca en la platea", sostiene García, para explicar la motivación de los voluntarios.

Cecilia Alberdi puede dar fe de esta pasión. Los seis meses que pasó cuando tenía 17 años en Australia producto de un programa de intercambio de la American Field Service (AFS) la marcaron para siempre. La propuesta llegó un día cualquiera de clases en su ciudad natal, Roldán, provincia de Santa Fe, y unos meses más tarde estaba en un avión, rumbo a lo desconocido.

"Consistía en vivir con una familia anfitriona que te aloja en forma voluntaria. Iba a la misma escuela secundaria que mi hermana anfitriona, conocía su cultura y aprendía el idioma. Como mi familia anfitriona participaba de tareas voluntarias, yo también me sumaba a muchas actividades", recuerda Cecilia, que se mimetizó tanto con el lugar hasta tal punto que soñaba en inglés.

Para esta joven de 30 años fue una experiencia de esas que hacen que cualquiera madure de golpe y despliegue todo su potencial. En cuanto puso los pies en tierra argentina se anotó como voluntaria de la delegación de Rosario de AFS, para poder brindarle a otros chicos la misma oportunidad que había tenido ella. Empezó como tutora de los extranjeros y con el tiempo se fue vinculando con la organización desde diferentes roles, no sólo el intercambio cultural. "Hace 13 años que soy voluntaria. De a poco fui tomando nuevas responsabilidades, como una coordinación, y con sólo 22 fui la representante local de Rosario de AFS, con 20 voluntarios a cargo", cuenta esta joven que estudió Comunicación Social con la ilusión de trabajar para un canal de viajes y poder seguir conociendo el mundo.

El voluntariado pasó a ser una parte fundamental de su vida. Mientras tanto hacía lo mismo que el resto de sus amigas: estudiaba y trabajaba, pero sin dejar nunca el voluntariado.

Recién en enero de este año dio el salto. Cansada de no sentirse motivada por el sector privado tomó la decisión de dedicar sus 24 horas al sector social, donde sí encontraba un sentido de pertenencia.

Su idea fue convertirse en una suerte de facilitadora free lance de grupos de trabajo en temáticas sociales como derechos humanos, políticas públicas en el área de juventud y asociativismo. "Como las ONG no tienen dinero para la consultoría aproveché el Espacio Iberoamericano de Juventud en el que participo para conocer organismos internacionales que me llaman para moderar", agrega Cecilia.

Pero este camino no le resulta del todo fácil. Cecilia se encontró con muchas barreras a la hora de trabajar para las ONG en la Argentina. De hecho, hoy no tiene un ingreso fijo y está consumiendo sus ahorros. "Hay mucho para hacer desde el voluntariado, pero no tanto desde lo laboral", explica Cecilia.

Actualmente, el 70% de su tiempo se lo llevan sus tareas voluntarias. Es presidenta del Consejo Directivo de AFS Argentina y Uruguay, que agrupa a 650 voluntarios, y también colabora con el Espacio Iberoamericano de Juventud.

Su mensaje es que vale la pena intentarlo. Que el voluntariado es una tarea que retribuye moralmente más que cualquier dinero del mundo. "Se hace un aporte donde uno le cambia la vida a las personas. Uno pone un granito de arena y ya con eso se puede construir un montón", concluye Cecilia.

* * *

"Empecé como voluntaria y me fui quedando", dice Sandra Dayan con la naturalidad que la caracteriza. Un día se acercó al hogar de varones de Pronat's (Hogar Buenos Aires) por un mail que le llegó en el que pedían colaboradores, y nunca más se fue.

Su deseo era poder trabajar con chicos, pasión que había quedado vacante luego de dejar atrás sus días como docente primaria. "Empecé a sentir que me faltaba algo y me anoté como voluntaria en este hogar", dice Sandra, que hoy tiene 47 años.

En un primer momento, daba clases de apoyo escolar a los chicos que pasaban por el hogar, que en ese entonces era de tránsito. "La mayoría estaba en situación de calle y me dedicaba principalmente a alfabetizarlos o ayudarlos con la escuela primaria", recuerda Sandra.

Vino un día, después al otro, el que le siguió a ése, y cuando se quiso dar cuenta ya era una pieza fundamental de la organización. "El trabajo acá es fantástico porque se le da un espacio real a los voluntarios. Eso genera que estén muy arraigados en el hogar y que se los cuide mucho. Los directores de las sedes y los profesionales de los equipos técnicos son piezas clave para la articulación con las personas que se acercan al hogar como voluntarios", explica Sandra, hoy sentada en la oficina del hogar.

En él viven hoy 25 adolescentes de 12 a 18 años que apuestan a tener un futuro mejor. Desde la institución se hace foco en la educación, el trabajo, la revinculación familiar y el trabajo de autovalimiento mediante talleres de oficios y artísticos.

En el hogar Sandra empezó a sentir que podía empezar a trabajar en la infancia con una mirada más integral, porque podía involucrarse más con la historia de cada uno de los chicos. "Acá participás de su cotidianidad, conocés a sus familias, te interiorizás de sus causas en los juzgados. De alguna manera te hacés cargo de su situación", agrega Sandra, mientras los chicos entran y salen de su oficina como si estuvieran en su casa.

Después de cinco meses como voluntaria, se dio cuenta de que el hogar había pasado a ser su prioridad. "Fue todo muy natural. Un día me sentaron para darle un encuadre más institucional a mi participación, poniéndole horarios y una remuneración", dice Sandra, que así se sumó al equipo técnico del hogar de varones. Hoy, cuando no está dándole monedas a los chicos para que lleguen a la escuela, hablando con algún padre o comprando insumos para la casa se mete de lleno en sus funciones, que es colaborar con el coordinador general.

No buscan logros imposibles ni tareas titánicas. Se concentran en modificarle positivamente la vida a un chico. Que uno salga en adopción, que otro reconstruya su vínculo familiar o que alguno realice un proyecto de autovalimiento. "Cada chico que pasa de grado para nosotros es una fiesta. A mí lo que más me interesa es que los chicos puedan progresar en su trayecto escolar", agrega Sandra.

Para ella no importa tanto el acontecer del día a día, sino dejar una huellas en cada chico. Para ella esto quedó comprobado cuando en la fiesta de los diez años del hogar se encontró con caras conocidas que habían logrado un proyecto de vida: chicas que venían con sus bebes o un chico que estaba terminando el profesorado de educación física. "Ya con eso estás hecho", dice Sandra, resumiendo la esencia de dar.

Por Micaela Urdinez

De la Fundación LA NACION

LA VOZ DE LOS INVISIBLES

De chico Hernán Zin siempre supo que quería viajar y escribir. Le interesaba el mundo. Quizá por eso estudió Relaciones Internacionales y a los 22 años empezó como colaborador en LA NACION haciendo notas sobre turismo.

Su costado periodista lo llevó a China a cubrir la Cumbre de la Mujer en Pekín en 1995 para nunca más volver. Allí comenzó un viaje hacia los confines de la exclusión y la miseria que lo llevó a estar tres años en Calcuta, pero que después se transformó en su misión en la vida: mostrarle al mundo las expresiones más extremas del sufrimiento humano.

"Tenía 25 años y era un idealista. Para ese entonces había visto muchas barbaridades, guerras y la Madre Teresa me ofreció la posibilidad de hacer algo con mis propias manos", dice este joven de 39 años, que recorre el globo buscando problemáticas sociales invisibles para retratar a partir de libros o documentales.

"El que te cuenta su historia te da una responsabilidad y entendí que mi forma de cambiar las cosas era por medio de los artículos, las fotos y los documentales. El mundo se puede mejorar desde donde uno esté: desde tu lugar de panadero, contador o incluso periodista. Todos podemos transformar la realidad", dice Hernán, autor del blog Viaje a la guerra en el sitio del diario español 20 minutos: http://blogs.20minutos.es/enguerra .

Los últimos seis años su trabajo está concentrado en áreas de guerra, porque sostiene que es allí donde el sufrimiento está en su máxima expresión. Pasa sus días en Somalía, Sudán, Irak, El Congo, Afganistán, El Líbano, Camboya y la Franja de Gaza, entre otros lugares, pero la mirada de Calcuta lo marcó para siempre. "La primera vez que llegué a Gaza me recordó a Calcuta, pero con bombas", dice Hernán.

En septiembre de 2011 estrena un nuevo documental sobre la violación a las mujeres como arma de guerra, y actualmente se encuentra filmando un documental sobre el tráfico de armas y drogas en las zonas de conflicto.

Fuente: La Nación

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1 comentario

 
Cristina dice ...
4/1/2011 12:54
Muchas veces nos preguntamos cuál es el sentido de la vida. Si nuestra razón de ser es hacer el bien, el voluntariado es el medio ideal para realizarnos como seres humanos.
  Responder

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