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“Hay que darle lugar a la literatura para chicos”

13/12 |

Laura Devetach revolucionó las obras para niños en la Argentina. “En mis textos usé muchas cosas que tienen que ver con el trayecto de una vida humana”.

La escritora Laura Devetach, autora clave y disruptiva de la literatura para niños con una producción de más de medio siglo que no pierde vigencia, brindó el lunes pasado una conferencia en la Biblioteca Nacional, donde volvió a encontrar con sus lectores en un momento de su vida que sopesa de cosecha: “Todo lo que sembré, está brotando”, se enorgullece.

A sus 80 años, esta mujer artífice de una obra que llega a los 70 títulos (en todos los géneros: ensayo, novela, poesía, cuentos, guiones, y para todas las edades), dedica sus días a poner en orden papeles: los suyos y los de su compañero, el escritor Gustavo Roldán (1935-2012). Y además está con reediciones, como la de su poemario para adultos Para que sepan de mí, publicado este año por Calibroscopio.

Aunque ahora está publicando para adultos, la literatura para chicos es el género que más cultivó en su trayectoria -fue nominada al premio Hans Christian Andersen para la edición de este año-, con libros que resisten el paso del tiempo, pasando de generación a generación: La torre de cubos (1966), censurada en la última dictadura militar; Monigote en la arena (1975); El hombrecito verde y su pájaro (1989); Diablos y mariposas (2005), entre otros.

De Reconquista, provincia de Santa Fe, Devetach (1936) se mudó a Córdoba, donde estudió Letras y desarrolló gran parte de su carrera, y más tarde a Buenos Aires, donde vive actualmente. Como sus migraciones, el lenguaje de su obra comparte las tonalidades del habla de cada lugar que hizo propio. Y también los temas sobre los que escribe: el mundo real, como le gusta decir.

En su casa del barrio porteño de Once, la escritora recibió a Télam a pocas horas de su conferencia en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). Los eventos públicos ya no forman parte de su cotidianidad, por eso dosifica las apariciones para disfrutarlas lo más posible. Y también cambió el destinatario, ya no a niños sino a grandes.

- Su primer libro para niños, La torre de cubos, fue publicado hace 50 años y a pesar de las transformaciones de los años circula, es leído y reeditado ¿por qué cree que su obra no pierde vigencia?

- Es cierto, pero algunos libros tienen más vigencia que otros, creo que lo que no perdió vigencia es el contexto y por eso son bastante actuales. Por otro lado, los escritores también evolucionamos y nos alimentamos con todo lo que le da la lengua a través del paso del tiempo. Lo que pasa en mis obras es que trabajo con el lenguaje cotidiano, muy nacido en las regiones pero no “regionalizado”. Lenguajes así no pierden vigencia de un día para el otro, son procesos más largos. Yo supongo que algún día mis libros se volverán viejos. No creo en la literatura para los chicos con este lenguaje tan pobre, lleno de exclamaciones. Eso no está dentro de mi folclore. Lo que sí en mis textos utilicé muchas cosas que tienen que ver con el trayecto de una vida humana, de la vida cotidiana.

- La década del 60 fue muy disruptiva para la literatura infantil, con la emergencia de autores como usted, María Elena Walsh o Javier Villafañe ¿qué recuerda de aquella época?

- En aquel momento se pensaba que un libro para chicos era solo para la escuela, hoy ya no se piensa eso. Es una época donde hubo transformaciones interesantes como utilizar el vos y no el tú, era todo un cambio y entonces fue una apertura. Cada uno lo hizo desde su lugar: María Elena era más visible en otras artes, yo en cambio fui abriendo un caminito a través de los profesorados. Y todo esto ocurrió en dos centros importantes donde se debatieron y estudiaron estos temas: uno fue Córdoba, con los primeros seminarios-taller de literatura para niños, y el otro, Buenos Aires. En mi caso, no fue la facultad la que me dio la posibilidad de escribir poéticamente y para los niños. Al contrario. Todos mis compañeros, intelectuales y amigos me decían que me estaba desperdiciando. Y de hecho esto que me pasaba todavía sigue ocurriendo, porque no hay una cátedra de literatura infantil en ninguna parte, hay cosas que se dan en los pasillos pero no más que eso.

- ¿Cree, entonces, que la literatura para chicos sigue siendo vapuleada?

- La literatura para chicos es literatura y habría que darle su lugar como a cualquier otra literatura, no trabajarla con una metolodogía pedagógica ni nada por el estilo. Hay que estudiar el lenguaje como en cualquier literatura. Lo gracioso es que no es que no existe, más bien diría que tiene mucha presencia. Por eso, no sabría decir cuál es la peregrina idea que hay detrás de esto. Y así y todo hay un montón de ensayos e investigaciones muy buenas sobre la temática.

- En sus obras se observa un componente oral muy fuerte ¿qué lugar ocupa la oralidad en sus textos?

- Yo vengo de Reconquista, donde había mucho inmigrante con su lengua, sus canciones y además estábamos cerca de Brasil y del carnaval. A mí me nutrió mucho la oralidad de mis pagos: desde lo argentino, lo del litoral y la cepa de mi papá que era italiano. El lenguaje era una cosa compleja, y yo veía que había muchas maneras de utilizarlo aún no sabiendo a escribir. Por eso me parece que he nacido escribiendo... La escritura no es una cosa que se inicia con la birome. Nuestra escucha, desde el nacimiento, va llenándola. Yo no creo que la oralidad sea cosa del pasado, hay movimientos muy fuertes de narradores en todo el interior. Se usa mucho en las plazas. En las casas urbanas quizá no haya tiempo para contar cuentos pero en el interior todavía se cuenta, las bibliotecas populares estimulan para que pase eso.
 
- ¿Sigue escribiendo como antes?

- Menos que antes y como escribo yo: una línea en un papelito, que voy juntando en una carpeta y después de un tiempo voy a la carpeta y veo si sirve para armar alguna cosita. Escribo y después decido si es para chicos, grandes o qué género. Yo escribo. Ahora, en realidad, estoy trabajando junto con una asistente en los papeles míos y los de Gustavo. Estamos revisando desde los libros hasta los papeles viejos. Yo no sé qué tengo y estoy revisando, hay cosas que quedaron y por ahí sirven. Este es un momento de cosecha. Todo lo que sembré, está brotando.

Fuente: La Gaceta

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